Escena 1
Quizá, la misma racha de viento que desplaza, presurosamente, aquella nube del todavía oscuro amanecer, sea la que retire ahora del rostro de Sira Domenech, un mechón de cabello. A su lado, saltando como si no hubiera trotado casi una hora, Veda precede a su dueño, que parece estar menos en forma que las chicas.
No han decidido levantarse a las cinco y media de la mañana para otra cosa que no sea contemplar el nacimiento del día en ese preciso punto de la comarca: el llamado Cerro del Cuco, a saber, un montecillo que contempla, desde su altura, más castillos que en ningún sitio de Castilla, aunque no todos permanezcan en pie.
Ya sabe, amigo, que en la Edad Media eran más brutos que altos, mal que les pese a los que aman esa época: lo mismo te construían una catedral encima de una mezquita, que arrasaban dos veces una ciudad en el mismo mes. Imaginaos lo jodidos que llegaban a estar los habitantes de esa época y, luego, lo intentamos plasmar en una feria medieval, ¿vale?
El caso es que, a las faldas de este precioso cerro, se extienden los llamados Prados de Santa Eulalia donde, en mil doscientos y pico, hubo una tangana de las buenas entre musulmanes (que protegían sus casas y familias) y cristianos con intención de “reconquistar” unas tierras que, a estas alturas de la película, habían sido más tiempo moras que cristianas. Así, mediante la aparición de la santa en cuestión y su regalo al más puro estilo artúrico, los de la cruz les dieron para el pelo a los moriscos que, hasta la divina intervención, estaban repartiendo bastos y espadas como croupieres.
Creo que me he ido totalmente del tema. Disculpe.
Decíamos que el viento del agradable clima de principios de septiembre, mecía suavemente el luminoso cabello de Sira, que Veda correteaba, como si su negra elegancia dibujase efímeras pinceladas de carbón en un lienzo lleno de vida y, el alcalde, lanzaba la vista a aquellas construcciones que, con los primeros clarores, se comenzaban a recortar más abajo, sobre la gran planicie que sirve de asiento a uno de los más espectaculares intentos de socialismo utópico en el sureste ibérico.
Debió ser tan utópico que el agua corría para todos, que las harinas que molían se repartían de manera justa, que los trabajadores cumplían su jornada entre belleza y, cuando no trabajaban, también les rodeaba. Debió ser tan utópico que solo se mantuvo durante treinta años, más o menos.
Tan utópico que el capitalismo lo ha engullido en una espiral de estupidez y desgana que bien podría resultar el guión de un film de Berlanga. Tan utópico que se muere y, sí, a todos nos da pena y tal pero, al final, nos suda la gatera.
Le prometo que mi intención no es salirme por la tangente cada dos por tres, pero hay cosas que apestan.
Decía que, una delicada brisa juega con el cabello castaño de Sira, que Veda zangolotinea entre la flora del Cerro del Cuco y el alcalde se muerde la impotencia de, a pesar de ser (involuntariamente) heredero de parte del problema, quiere encontrar una solución… y no la hay.
Aún así, se siente afortunado de observar toda la belleza decadente del paisaje. Sonríe.
- ¿Bajamos?
- ¡Por supuesto!
- ¡Guau!
Escena 2
Según siempre me contó mi abuelo, las tierras constaban de unas 140 hectáreas y había economato, teatro, parque de esparcimiento para los trabajadores y hasta un casinete donde “se jugaba las perras la mismísima condesa”. Me contaba que hubo una sociedad, un ascenso vertiginoso, un juicio por adulterio que quedó en nada y, a partir de ahí, la cosa se volvió turbia y decadente.
- ¿Tu abuelo vivió aquí?
- Nació justo en esta casa: en el Palacete de los Condes.
- ¿En el palacete?
- Gracias a la mismísima condesa.
- ¡Guau!
- Como ves, todavía se conserva, en el frontón, la imagen de una Victoria flanqueada por la Industria y la Agricultura.
- Todo lo que huele a Modernismo me chifla…
- Pues estamos de suerte: todas estos edificios, incluso la ermita, están ceñidos al Modernismo, aunque en su vertiente más práctica (que no menos bella).
- ¡Qué pasada! Es una verdadera pena que todo esté en ruinas.
- Según parece, el Palacete está construido encima de lo que fue un cementerio andalusí y… viendo la que se lió en Poltergeist, la cosa no podía terminar bien.
- No seas bobo…
- Hubo hasta muertes turbias: uno de los socios fue encontrado muerto dentro de esa fuente.
- ¡Oh!
- Fue un lugar concurrido, porque tenían estación de ferrocarril, oficina de correos y hospedería.
- ¿Qué es ese edificio grande y rojo?
- La Fábrica de la Harina La Lucha.
- ¡Bonito nombre!
- La Licorera se llamaba La Unión. Tenía bodega y destilería. Elaboraban el mejor licor de toda la piel de toro.
- ¿Qué fue lo que falló?
- Quizás el hecho de que fuera una colonia de socialismo utópico, lleva implícita su dificultad en mantenerlo a flote.
- Una cosa es mantenerlo a flote y otra cosa es que se caiga a pedazos. ¿Nadie se hace responsable de esto?
- Es un asunto demasiado complicado. Hay demasiados enredos: herederos que no se ponen de acuerdo, pero no ceden un ápice, no sea que venga un jeque árabe y le ofrezca un palacio de oro por su parte.
- Ya…
- Además de otros personajes con sus pillerías y sus problemas, que no son otros que vivir en tierra de nadie, porque la colonia está construida entre dos términos municipales sencillicos, en una modesta provincia que sufre las excentricidades de un gobierno autonómico de traca y un gobierno central que está demasiado lejos, ajeno a lo que se pierden. ¿Sabes? Prefiero pensar en la belleza de estas ruinas, serpenteadas de enredaderas y hierbajos, que hundirme con la desgracia de su leyenda negra.
- …
- Te invito a un tinto.
- ¿Crees que esa es forma de tratar a una señorita? Hay que guardar cierta delicadeza…
- Es cierto… soy un poco tosco… te invito a un vino, por favor…
- ¡Me encanta que seas tan…!
- ¡Oye! Estamos acabando el capítulo y Avelino no ha dado señales de vida… ¿qué te parece si le llamamos y nos tomamos el tinto con él?
- ¡Perfecto!
- ¡Voy!
- …
- … buenos días, Avelino.
- Buenos días, señor alcalde.
- ¿Irá usted al Festival de Folclore?
- Como cada año, ya sabe…
- Pues… nos vemos en un ratito.
- Me parece excelente, señor alcalde.
- Hasta ahora, Avelino.
- Hasta ahora.
¡Los castillos, los castillos! ¡Hay los castillos! En francés: «Faire des châteaux en Espagne», traducible por crearse alguien grandes ilusiones. El de Caudete no se ve desde el Cerro del Cuco, porque es un castillo muy chato, «roín» y de diseño, su pésima rstauración bastarda fue patrocinada por la Junta de Comunidades de Castilla. Es pérdida de tiempo y dinero el molestarse en visitarlo.