Escena 1
La noche casi ha caído sobre las calles y el retumbar de los tambores se eleva entre las sombras para ocupar todos los rincones posibles, como se ha llevado a cabo desde siempre. Sus rítmicas notas, según las costumbres más arcaicas, anuncian el camino al cadalso de algún desafortunado reo. Lo acompañan en su ejecución y, posteriormente, en su entierro.
Son el reclamo perfecto para promulgar el mensaje de un ajusticiamiento. Su voz es tenebrosa y patética. Encoge el alma. Los tensados parches ponen banda sonora al drama escenificado, un año más, sobre el asfalto de las calles de nuestro estado aconfesional: la sórdida ejecución de un judío de Galilea, un tal Jesús de Nazaret.
Quizá la grandeza de este humano, fue su sencillez. Seguramente su aspecto no fuese tal y como nos han inculcado tradicionalmente: no mediría más de un metro y sesenta y cinco centímetros, moreno, de ojos pardos, cabello negro y rizado, probablemente corto, con barba y, dada la rudeza su trabajo (tektón) tendría cicatrices en el rostro. Mantendría buena forma, ya que realizaba a pie sus desplazamientos para predicar. En definitiva, podríamos afirmar que no sería demasiado parecido a Robert Powell.
Sí, la grandeza de este galileo fue, precisamente, su normalidad. Realmente, apenas se sabe nada de él y, gracias a ello, Jesús es uno de los personajes más enigmáticos de la Historia. El mito se construyó años después. Los primeros mandatarios eclesiásticos, utilizaron la figura del buen rabino nazareno, para arrimar el ascua a su sardina y manejar al creciente número de adeptos a la nueva secta judía, siendo Pablo de Tarso el que mejor supo jugar sus epístolas. El más grande organizador de una religión que haya pesado sobre el planeta. Podríamos decir que Jesús es una consecuencia del Cristianismo y no al revés. Quizá sea una discusión tan desgastada, que no nos deba ocupar más espacio.
Volvamos, pues, a las calles actuales, las que se impregnan de humo de incienso, de cirio y de llanto. De aroma a flores recién cortadas. Las primeras sombras atestiguan la solidez del sentimiento de un amplio sector de la población. Su devoción. Así pues, el ronco acento de los tambores y el contrapunto de los redoblantes acompañan a los penitentes en su procesión. Los recorridos no son largos, ni demasiado dilatados en el tiempo. Pese a lo que pueda parecer, esto no es Murcia, ni mucho menos Andalucía pero nuestra Semana Santa bebe de ambas comunidades autónomas.
Aunque la barroca expresividad de las tallas escenifica un dolor cercano al éxtasis, su misticismo nada tiene que ver con el sufrimiento que se sentía en las crucifixiones reales, para el que se tuvo que acuñar un término que definiera tal horror: excruciante. El legado cultural que se ha transmitido a través de los siglos siempre se ha basado en la entrega total, en la infinita misericordia y el amor. También en el profundo respeto. Incluido en el Temor de Dios.
En ocasiones, esto ha traído tradiciones y sus consecuentes restricciones, algunas muy rocambolescas (como la prohibición de barrer y saltar durante la Semana para no profanar el rostro de Cristo). Hubo otras más llevaderas: recordemos la interdicción de escuchar música o mantener relaciones sexuales durante estos días.
Afortunadamente, esas costumbres se han relajado y se aconsejan cosas más racionales como no beber, no participar en juegos de azar o no comer carne en Viernes Santo. Más o menos, que tampoco es una cuestión trascendente.
Volvamos pues nuestra atención a la cadencia ininterrumpida del tambor. El predecible redoble de las baquetas en el parche. Una sinfonía de golpes que acompañan la reconstrucción anual de los terribles y últimos momentos del Redentor.
Así, el viandante (independientemente de su edad, sexo o condición) se puede convertir en espectador de un salto al pasado, con penitentes, nazarenos e imágenes clavadas en sus patíbulum.
Es un espectáculo impresionante. Terriblemente bello.
Muy pocos son los que retienen las lágrimas de emoción ante su paso. Nadie ríe. Nadie celebra.
Escena 2
- Juan de Dios, ¿te pongo otro gintónic?
- No sé si debería.
- ¿Por qué?
- Hay que aguantar la procesión, que los cristos no caminan solos.
- No te preocupes por la procesión, que llevamos vitaminas aparte.
- ¡Joder, estáis en tó!
- ¡Envido!
- ¡Vuelvo!
- ¿Entonces te pongo o no?
- ¡Echa, echa!
- ¿Entonces quieres las vueltas o no?
- ¿Qué pijo voy a querer? ¡Le estaba contestando al Paquito! ¿Tú quieres, Telmo?
- Paso, que no vamos de mano.
- ¡Hostias! ¡Mirad lo que dice aquí!
- ¿Dónde?
- En el Facebook de la Junta Mayor de Cofradías.
- ¿Qué dicen esos?
- Que «para garantizar el desarrollo de una Semana Santa limpia y saludable, en iguales condiciones para todos, se procederá a realizar controles anti-dopping a costaleros y penitentes».
- ¿Quéeeeeeee?
- ¡No jodas!
- ¿Y ahora qué hacemos?
- No sé. Igual si nos recogemos en oración…
- ¡Eso no funciona!
- Pues tú me dirás…
- … No sé…
- …
- …
- ¡Joder! ¿Qué se piensan que somos? ¿Ciclistas?
- ¡O peor! ¡Músicos!
- Siempre podemos decir que nos parece humillante que duden de la integridad de los cofrades y que nos negamos a procesionar.
- Me parece una solución muy razonable. ¿Por qué tienen que dudar de nosotros?
- ¿Y nos ponemos en huelga como si fuésemos venezolanos? ¡Yo no lo veo!
- No, no. Ni yo.
- Ni yo.
- …
- …
- Podemos dar el cambiazo a los tarritos.
- ¡Eso! ¿Alguno de vosotros va en condiciones de…?
- …
- …
- …
- No sé, tíos. Igual tenemos suerte y llueve.
Escena 3
- Se ha suspendido la Procesión del Silencio, Aurora.
- ¿Y eso?
- La lluvia.
- En cierto modo, me da mucha pena. Los cofrades preparan la Semana Santa con mucha devoción.
- Es lo que tiene el principio de la primavera, cariño: la inestabilidad meteorológica.
- Seguro que, ahora mismo, estarán muy decepcionados, Avelino.
- Pobrecillos.