Ok, Google
La tecnología va a una velocidad de tren supersónico y hay que subirse sí o sí, pero hay que saber elegir el vagón
Han pasado ya tres meses desde que sus Majestades dejaran sus alforjas llenas en el sofá de mi casa y todavía no me he hecho con el timón del aparatito tecnológico que dejaron con mi nombre -¿sabrían estos de la torpeza que atesoro?-. Habréis visto los anuncios publicitarios que te lo presentan como el asistente del siglo XXI, solo tenéis que pegar unas palmaditas y allí está él dispuesto a satisfacer lo que a uno se le antoje: el último chiste feminista inventado en España, el pez de río más grande incluyendo las zonas más recónditas del Amazonas, el tiempo que hará mañana en Alaska -como si supiera lo de mi escapadita romántica con Alexa-, el país con más idiotas del mundo o quién es el más idiota de este país. Cualquier cosa se le puede preguntar a Ok Google o a Siri. Intentadlo y veréis.
Menos mal que todavía sus acciones giran en torno a palabras ininteligibles o carentes de sentimientos, porque imaginaos cuando este “animalito” de color plata sobrepase sus virtudes dialécticas y alcance las propias de la acción. ¿Qué será de nosotros? Atisbo el futuro cercano y me pregunto si el mayordomo robótico se asemejará al personaje de las novelas de Agatha Christie. ¿Será el asesino? De momento sangre no hay en la escena del crimen, pero pronto la habrá. Si no real al menos metafórica. Poco a poco se está convirtiendo en el culpable de que nuestra imaginación no supere la que no está registrada en una pantalla virtual. Nuestros alumnos están empezando a confundir la palabra “crear” con la de “copiar”, las de “búsqueda de información” con las de “copia y pega” de Google. Bueno, eso el que se molesta en pulsar las teclas del ordenador, porque es más fácil susurrarle al oído al móvil y que este haga el trabajo. Ahora, nuestros hijos en vez de buscar sinónimos y antónimos como toda la vida, en el diccionario Espasa-Calpe, hoja a hoja, con un poquito de sudor fría en la frente, le preguntan a este loro con cara de hamburguesa cruda, y lo transcriben sin más, sin preguntarse si será cierto o producto de un cortocircuito, porque su respuesta favorita es, para el que no haya tenido el gusto de conocerlo, “lo siento, no sé cómo ayudarte”... Pero tú no lo sabías todo. Vaya decepción.
El otro día escuchaba a Toni Nadal -buscad en Wikipedia- decir que la facilidad, con el tiempo, se convierte en debilidad. El esfuerzo está desapareciendo porque la recompensa es a largo plazo y no podemos esperar tanto tiempo, ¿verdad? La inmediatez nos está haciendo débiles, aunque la sensación de nuestros jóvenes sea la contraria, porque lo tienen todo a un solo golpe de ratón. Se sienten fuertes, seguros y apuestos detrás de los caracteres que cualquier “bicho” tecnológico les presta, pero cuando este los deja tirados sin batería sus músculos no son más que un trozo laxo de carne, su seguridad les pone los cuernos con su mejor amigo y su cara bonita aparece llena de granos.
La tecnología va a una velocidad de tren supersónico y hay que subirse sí o sí, esto no es discutible, pero hay que saber elegir el vagón. No todos valen. Mientras recorro los compartimentos y escojo el adecuado, voy a ver si encuentro a mi asistente en el AVE y le pregunto por mi futuro.
Por: David Tomás Maciá