El Ordenanza

Olor marrón

El Ordenanza. Capítulo 261

Escena 1

Que el mundo se va a la mierda es un hecho. Que nuestra especie es un desastre, también. No sé. No tengo palabras. No sé para dónde tirar mientras escribo esto. No me apetece darle cancha a la indignación eterna. Ni siquiera tengo el humor para intentar sacarle una sonrisa, amigo lector. Tampoco saldré a aplaudir a las 20:00 horas hasta que la inmediatez del olvido sepulte los esfuerzos de los voluntarios y los profesionales que se han desplazado a la Capital del Turia.

Siento orgullo por la respuesta ciudadana, claro. Siento impotencia por no poder aportar apenas nada. Siento preocupación por la gente de allí. Imagino que, como todos, tengo sentimientos enfrentados.

Por una parte, mastico la rabia de que muchas muertes podrían haberse evitado si los elegidos por el pueblo para cuidar del pueblo cumpliesen con su labor. Rectifico: no todos los implicados de las altas esferas fueron elegidos por el pueblo. Para el caso, da igual. No cumplen con su labor. Esta vez se han limitado a cagarla, a contradecirse, a culparse unos a otros y a dar un paseo por el fango, fruto de su vergüenza. Rectifico: darse un paseo por el fruto de su desvergüenza. Para mi gusto, la foto de nuestros monarcas con algo de barro en la cara estuvo de más. No se mancharon retirando lodo de ninguna casa. Anduvieron un ratico por una calle ya «limpia», acordonada para que tal foto fuese segura para ellos. Eso sí, dieron abrazos consoladores. Hicieron mucho más que el Presidente y el President, que reforzaron la imagen de ineptitud típica de los líderes. Los dirigentes de un país no deberían oler tan mal y, no nos engañemos, a estas alturas, sobra cualquier persona que no vaya a arrimar el hombro.

El hecho es que ni siquiera la descerebrada Consellera de Turismo, la señora Nuria Montes, dimitirá después de haber informado al mundo entero que no se iba a permitir el acceso a los familiares al lugar donde se tienen custodiados a sus fallecidos. Que deberían esperar, de manera obligatoria, a recibir la llamada del juzgado y que, donde mejor podían esperar noticias era en sus domicilios. Lo más normal, claro, es que una dirigente te obligue a quedarte en casa cuando la has perdido. No le deberá extrañar que su más sentido perdón por semejante cagada nos lo pasemos por las Torres de Quart.

Ni mucho menos podemos esperar que, el adalid de la tauromaquia y actual President de la Generalitat, don Carlos Mazón, cese de su cargo por su infame gestión de la crisis y se retire de la vida pública, avergonzado, a un cortijo de la familia Domecq. Tampoco lo hará Pedro Sánchez, naturalmente. Ellos tienen un lugar seco donde dormir, una mesa preparada para saciar su apetito y un retrete para depositar sus excrementos. Justo lo que les falta a las víctimas de este desastre.

Tal como ocurrió en la desgracia de Tous, en octubre de 1982, el tiempo se encargará de sepultar el recuerdo del dolor, del olor marrón que invade las calles de Paiporta. Se celebrarán juicios y las compañías aseguradoras escatimarán en las indemnizaciones a los damnificados.

No quiero pensar en el terror psicológico que siguen y van a seguir experimentando. Ellos son la parte más jodida del tema.

Familias enteras refugiadas en las plantas superiores de sus casas, sin luz ni agua, sin saber si el familiar que bajó a sacar el coche del garaje está bien o está enterrado en él, justo bajo sus pies.

Familias enteras que no están pidiendo nada más que ayuda para poder retomar una vida normal, pero con las más bajas expectativas: comer, dormir y hacer de vientre. No, no es una broma. Es la puta realidad enfangada hasta las orejas, estimado lector.

Mientras el frívolo mundo se rinde a los pies de una influencer para pajilleros que bate todos los récords de relaciones sexuales en un tiempo determinado, los vecinos de zonas como Benetúser no tienen ni dónde cagar. Perdóneme la crudeza. Perdóneme el desprecio que siento hacia nuestra decadente y tecnológica civilización.

De todo lo vivido, también hay que saber sacar lo bueno: que, una vez más, los españoles han demostrado que tienen más solidaridad, voluntad y valentía que los indignos politicuchos a los que les damos nuestra confianza cada cuatro años. Me siento orgulloso de pertenecer a la multitud, sea cual sea su signo porque, al final, la muerte nos iguala a todos. Orgulloso de que los voluntarios estén más organizados que sus dirigentes.

Permita que acabe esta escena macabra con un delicioso poema de John Donne.

¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?
Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida,
como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta,
porque me encuentro unido a toda la humanidad;
por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.

Escena 2

Los apenas dos mil romanos que construyeron Valentia Edatanorum en una isla fluvial, allá por el 616 (Ab Urbe Condita) no sabían lo que iba a acontecer 2162 años después. La podían haber ubicado en otro sitio, pero eligieron vivir allí. No les culpo: Valencia es una ciudad preciosa.

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