De recuerdos y lunas

Opá

Me parece que va a ser, si no lo es ya, éxito del verano sin haber llegado el verano. Se empeñan los medios y, ¡zumba!, empujón. Y el primero en los Cuarenta y el primero en la Cien. Y en la tele. Y donde sea. Y parece que no hay otra canción en el mundo. Mueves el dial y, cada dos por tres emisoras, la marcha machacona de El Koala. Aunque la mejor prueba del éxito, la que más ratifica la conquista, es que su famosa canción te la tararean los alumnos mientras les das tiempo para ultimar alguna actividad en clase. Y que algunos, muchos, la llevan en el móvil.
Precisamente, una mañana en el Instituto fue un cachondeo porque mientras entraban los de segundo de ESO en el aula la canturreaban a coro: "Opá, yo viacé un corrá, pa eshá gallinas, y pa eshá mininos...". Sonaba como himno de bandidos de parranda pasados de cazalla. Recuperado el silencio tras las risas, de vez en cuando, entre la tarea individual, a alguien se le escapaba el estribillo. Lo que servía para que algunos se engancharan. Llamándoles la atención porque un relajo es un relajo y, si es más, es alboroto, y era necesario concentrarse, el cabecilla de la cosa me dijo que lo sentía, pero que no lo podía evitar, que llevaba la melodía consigo toda la semana –¡y era viernes!– y que su madre, ahora sí, lo quería tirar de su casa si no abandonaba el sonsonete. Que esa mañana, como castigo, ya no le había puesto el almuerzo.

El otro día vi a El Koala. Lo entrevistaban y me pareció interesante. Efectivamente no da el perfil del modelo metrosexual de cantante que atrae a muchas fans histéricas y cazadoras de autógrafos. De esas que se ubican en la parte de las vallas frente al escenario, estirándose del pelo y que después del concierto se quedan cerca de los camerinos mordiéndose las uñas y mordiendo la libretas de las firmas, dando saltitos de excitación por los nervios y la emoción. El Koala no es Bisbal. No es Bustamante. Y menos, Alejandro Sanz. El Koala es un pastor que ayudando a su opaíto cuida cabras y luego, sin tener tiempo o ganas para afeitarse, ensaya con los amigos. La guitarra le gusta baja, colgandera, y le da con mucha caña para sacar eso suyo que han bautizado como "rock rural de lomo ancho". El Koala transmite la vida cotidiana de la calle rural. La del campo. El día a día de un currante rústico. Un currante en extinción en la España de los servicios terciarios que se ha olvidado demasiado de los surcos, de los quiquiriquises y de las ubres. Esa España campera que ordeñaba todas las mañanas al sol.

Salvatore Roncone, el protagonista de "La sonrisa etrusca", no se llevaba bien con su nuera Andrea. A pesar de los ascos de Andrea, el viejo Salvatore no consentirá el desprenderse de una manta en la que anidan sus recuerdos que de cuando en cuando se le aparecen al fluir reanimados por el olor de la tela. En una disputa con Salvatore, Andrea, yéndose, murmura que la manta huele a cabra. El viejo la oye y dice contra Andrea: "¡Ya quisiera esa desgraciada oler tan fuerte a vida como huelen las cabras!". El Koala, huele a vida. Por esto gusta. Porque nos desvuelve a la esencia. "El campo es la esencia y el origen de todo". Lo ha dicho Jesús Manuel Rodríguez, El Koala, el mismo de Los Ducati. Que ni los laureles, ni los desodorantes, apaguen su frescura limpia.

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