Otoño en París. Unas fotos en Trocadero
Posturea para que el mundo lo vea, que la vida con un filtro no es tan fea
Voy andando por el Pont de la Concorde, cruzando el Sena. Llevo dos días en París y apenas ha dejado un momento de llover. Pese al agua, quizás por ella, la capital de los franceses luce brillante y bella, hermosa en el esplendor de su otoño. Que ciudad más bonita, carajo. Preciosa de doler los ojos.
Intento escaparme de viaje cada vez que puedo, aunque sea un fin de semana. Sé que es imposible conocer bien ciudades como Florencia, Ámsterdam, Brujas o París en un par de días, pero así puedo disfrutarlas algo de tiempo. Da igual no verlo todo, siempre se puede volver. Basta con un museo, un monumento, un rincón o un paisaje. Me conformo con pasear un rato por sus calles y plazas. Me gusta viajar, que le voy a hacer. Me gusta por muchas cosas que no voy a detallarles ahora, más por falta de espacio que de ganas (Andrés Leal me riñó la otra noche en Santiago porque decía que mis artículos son demasiado largos). Digamos para resumir que soy más amigo de acumular experiencias que euros en el banco.
Ayuda a mi afición viajera tener amistades fuera, viviendo repartidas por media Europa. Lo que llevo peor son los idiomas. Me esfuerzo, pero hablarlos me da vergüenza, parezco Jar Jar Binks. Procuro paliarlo con buenas maneras, educación y paciencia. Estoy convencido que una sonrisa en la cara, intentar decir “buenos días”, “por favor” o “gracias”, sea en el idioma que sea, ayuda a que no te miren como a un turista monguer. Porque en todas partes cuecen habas y, desgraciadamente, turistas malcriados, ignorantes y groseros hay en todos sitios. Este día parisino me lo ha confirmado. Les cuento.
Jardines de Trocadero de buena mañana. Apenas chispea. Estampa típica de la Torre Eiffel. Todo petado de gente. Mucho grupo de turistas asiáticos detrás de sus guías. Mucha pareja haciéndose fotos. Mucho paraguas. En esas entra en escena un niño de ocho o nueve años, intuyo que es francés por sus pintas (rubio, sudadera del Paris Saint-Germain, mochila escolar a la espalda) y más aún por su forma de andar por la plaza (pasando olímpicamente de Eiffel, de las vistas y de los asiáticos). En su caminar despreocupado se cuela sin querer en la trayectoria de una fotografía, colocándose entre un chaval joven con una cámara y una chica aún más joven que posa en plan diva divina de la muerte. «OYE, TÚ», grita la modelo en perfecto castellano, «MIRA A VER POR DÓNDE ANDAS». Española tenía que ser, me digo. Cómo no. El niño francés se detiene un segundo, desconcertado, mirando a la pava sin entender qué le está diciendo. Eso hace que se quede más rato en la trayectoria de las fotos, así que la joven instagrammer, mientras lo asesina con la mirada, suelta bien alto, despectiva: «GABACHO DE MIERDA, EL CRÍO».
La historia acabó ahí. El niño pasó olímpicamente de la pareja y siguió su camino, perdiéndose entre la multitud. Los dos españoles siguieron con su reportaje bajo la lluvia, quejándose a todo el que osaba molestarlos, acercarse siquiera. Muy monos ambos, muy pijos e influencers. También muy soeces y mezquinos. Unos gilipollas con todas las letras. De esos que miden su autoestima en likes y tienen la obligación social de salir siempre en sus redes sociales como si fueran portada de la Vogue. Ya lo dice la canción, posturea para que el mundo lo vea, que la vida con un filtro no es tan fea.
Y no crean, temo que cada vez haya más gente así. Turistas que no viajen para guardar en su memoria rincones, momentos o paisajes. Que no visiten ningún museo y ni conozcan ni se interesen por la historia, los personajes, la cultura o las tradiciones de los destinos que pisen. Para quienes pasear por calles y plazas sea lo de menos, porque lo vital sea fotografiarse en todos los sitios fashions de la guía, aunque paren en ellos 8 segundos. Viajeros que expriman al máximo las tres horas que el crucero les deje en una ciudad de la que ni sepan el nombre. Turistas que seguirán siendo malcriados, ignorantes y groseros, aunque visiten muchos lugares de este ancho mundo.
La París de, entre otros, Moliere, Proust, Edith Piaf, Monet, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Pierre y Marie Curie, los hermanos Lumiere, Napoleón Bonaparte, Alejandro Dumas, Voltaire, Delacroix o Víctor Hugo, no se merece turistas como los de las fotos en Trocadero. De esos que cuando visitan las pirámides del Louvre dicen: “Mira, donde está enterrada María Magdalena”. Hay que ver, que tropa. El mundo se hunde y nosotros nos enamoramos.
¿Y todo eso para contarnos y que todos sepamos que viajas con frecuencia? Ummm. Unos viajan para hacerse fotos y otros por necesidad de contarlo. Quizá la conclusión sea la misma. Y yo he perdido tres minutos.