De recuerdos y lunas

Parafraseando a Cánovas

Lo dijo –o dicen que lo dijo– Antonio Cánovas del Castillo: "Son españoles... los que no pueden ser otra cosa." Lógicamente, si lo dijo –unos lo transcriben con puntos suspensivos, otros sin ellos– lo tuvo que decir antes de que el anarquista italiano Angiolillo, Michele Angiolillo Lombardi, camuflado de periodista corresponsal de "Il Popolo" (y esto se dice para que no se fíen de nadie y menos de los periodistas), le cerrara la boca para siempre pegándole un tiro el ocho de agosto de 1897 en la estación termal de Santa Águeda, en Mondragón (Guipúzcoa), en el Alto Deva. Lógicamente, de decirlo Cánovas, tuvo que ser antes de que esto sucediera.

Así, parafraseando a Cánovas, los que no podemos ser otra cosa somos españoles. A mí no me importa. Pero, como pudiera desprenderse de la frase de D. Antonio, no lo acepto con resignación. Lo acepto con orgullo. A ver si algunos pueden ser lo que quieren ser y otros no tenemos derecho a ser lo que queremos ser. A esto del sentimiento nacional yo le tengo mucho miedo porque cuando se marcan lindes siempre hay fieras que muerden. Aquí o en otro lugar ya hemos dicho al respecto. Pero centremos el tema partiendo de presupuestos básicos.

A saber, en torno al sentir nacionalista caben dos razones fundamentales. Una, es razón que se escapa a la voluntad. Aquí cabría el despacho atribuido a Cánovas en un momento de enojo. Se trata de aquella razón que exige ser algo porque se es sin remedio. Por aquí ronda el dichoso volkgeist, el espíritu del pueblo, ese espíritu que un colectivo no puede eludir. Esto por un lado. La segunda razón para el sentir nacionalista, la que a mí me atrae, es la que se asienta sobre el sentimiento de pertenencia a un común, no sin remedio como determina el volkgeist, sino por la propia voluntad de serlo. Si en el primer caso uno es lo que es porque tiene que serlo; en el segundo supuesto, uno será lo que decida ser. Éste último es el sentir liberal en esencia, el que reconocidos los derechos individuales, el individuo –hombre o mujer– escoge entre posibles. Escoge o crea. Siempre desde su libre albedrío o voluntad. A mí me gusta más éste porque permite el control sobre lo que uno quiere ser, sin el capricho de un espíritu que puede ser juguetón, antojadizo o egoísta.

Terminemos esta disertación con dos ejemplos comprometidos. Pongamos Navarra o la Comunidad Autónoma Valenciana. Hay quien se empeña en que –sin remedio– ambas regiones forman parte de otras entidades más amplias, sea Euskadi en el caso navarro, sean els Països Catalans en el valenciano. Sin disputa. Para mí ha de haberla. Porque Navarra o Valencia –o la Melera– deben ser lo que sobre ellas decidan los ciudadanos. Así de fácil, así de complejo. Complejo porque aún quedaría por acordar, en torno a la soberanía popular, si sólo lo deciden los ciudadanos que las pueblan o todos los ciudadanos que hasta la fecha forman parte del mismo común. Yo, en el caso de España, veo más lo segundo, porque mi concepto de nación española –discutido y discutible– está ligado al principio de adición de diversidades. Y siendo el pueblo soberano, decida siempre lo que quiera ser. No desde determinaciones, sí desde la voluntad.

Las reivindicaciones individuales incomodan al poder porque la voluntad individual es más esquiva que la voluntad colectiva estructurada por determinación, la individual es más fungible y dinámica. Por ejemplo, si por lo que fuera yo no pudiera ser español, entonces, desde mi voluntad, podría optar por ser hispanista.

(Votos: 0 Promedio: 0)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba