De recuerdos y lunas

París

París es una fiesta. Una fiesta que nos sigue. Lo dijo Ernesto Hemingway en una carta a un amigo: "Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará, vayas adonde vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue." La carta tiene fecha de 1950. Años más tarde, entre el otoño de 1957 y el de 1960, Hemingway alargó la cita y la memoria. Y escribió "París era una fiesta". Libro interesante donde el escritor evoca su estancia en el París de los años veinte, entre 1921 y 1926.
Este París que vivió Hemingway es el París ufano y victorioso de la postguerra de la Gran Guerra. Ese París que ahora decimos de entreguerras porque tenemos perspectiva y sabemos que después de la Gran Guerra hubo otra Gran Guerra. Otra Gran Guerra que, no obstante, algunos contemporáneos, sin esa perspectiva del pasado que nosotros hemos dicho que tenemos, intuyeron con perspectiva futura, se la olieron desde la misma firma del Tratado de Versalles donde la Francia dolida desde 1871 se comía el plato frío de la venganza recuperando Alsacia y Lorena y beneficiándose con la explotación de las minas del Sarre, al tiempo que fijaba unas indemnizaciones draconianas bajo la cantinela rayada "¡Alemania pagará! ¡Alemania pagará!” del jefe de gobierno francés Georges Clemenceau, El Tigre.

Cuando el París de entreguerras, el escritor estadounidense tenía veinte años recién cumplidos. Es un París vivido y bebido (vino, cerveza, kirsch, quetsch, mirabelle, framboise, whisky, alcohol de quemar...) por un Hemingway nómada urbano y bohemio, callejero y de alterne en bares y cafés, libre salvo de la tiranía del escribir. Ernesto se empapa de vida porque es, para todo, esponja: "Te he visto, monada, y ya eres mía, por más que esperes a quien quieras y aunque nunca vuelva verte, pensé. Eres mía y todo París es mío y yo soy de este cuaderno y de este lápiz." Una esponja que se seca cuando se exprime para la literatura: "Al terminar un cuento me sentía siempre vaciado y a la vez triste y contento, como si hubiera hecho el amor, y aquella vez estaba seguro de que era un buen cuento, aunque para saber hasta dónde era bueno había que esperar a releerlo al día siguiente."

Todo el libro es, aparte de memoria, una lección para escritores. Quizás porque es la memoria de un escritor haciéndose. En aquellos años, 1923, Hemingway había publicado algunos relatos que pasaron prácticamente desapercibidos. En aquellos años, 1926, publicó "Fiesta", novela que le haría famoso. Y la mejor lección que nos da el escritor haciéndose por las riberas del Sena es cuando le robaron en la Gare de Lyon a su mujer todos los originales y copias a carbón de sus cuentos. También de una novela. Hadley había preparado la maleta con los escritos para que Hemingway aprovechara el tiempo durante una estancia en las montañas. Y se la robaron. Y Hemingway hizo una lectura positiva del robo pensando que, al cabo, sería beneficiosa la pérdida de unos trabajos de aprendiz. Quienes escribimos sabemos lo difícil que es desechar lo ya escrito. Tan difícil como necesario para aprender a escribir. En el París que vivió y se bebió Hemingway todavía discurrían cabras y cabreros por las calles. Los cabreros advertían su presencia con una flauta. Y el vecindario bajaba con jarras para recoger la leche recién ordeñada. Yo nunca he visto cabras en París, pero lo he vivido varias veces de joven. Y digo que es verdad. Que París es una fiesta que nos sigue. París.

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