Estación de Cercanías

Pasos de cangrejo

Ha vuelto a suceder. ETA ha vuelto a matar destrozando todas las esperanzas tímidamente concebidas en cuanto a su verdadera disposición al abandono de la violencia. Cuando te llaman por teléfono mientras realizas las últimas compras para celebrar la cena de Nochevieja, te dicen que ha explotado una bomba en la T4 y lo único que aciertas a preguntar es “¿pero hay victimas?”, te das cuenta de que, a pesar de la falsa ilusión, dentro de ti quedaba un rescoldo: el miedo a lo fragilidad que esta banda de asesinos nos hace sentir. Y eso sí es intolerable.
Luego ves las imágenes, en las que amasijos de hierro y hormigón se funden para levantar una montaña de caos e incredulidad, y retrocedes en el tiempo, todo vuelve a ser como era. Los años pasan (van 47), los gobiernos cambian, nuestra sociedad evoluciona a un ritmo frenético, pero el estallido de una furgoneta te saca del sopor y te das cuenta de que ellos, sus ideales y su destrucción se mantienen intactos. De nuevo lloro al ver el dolor de unas familias destrozadas y la rabia me invade, y la incertidumbre también, y lo único que necesito son más respuestas y menos demagogia con la muerte; como la inmensa mayoría de los habitantes de este país, que contemplamos impotentes cómo apenas un centenar de fanáticos al amparo de pistolas y pólvora condicionan muchas vidas y acaban con otras sin ningún pudor en aras de una reivindicación legítima pero ejecutada con la mayor de las torpezas. Y vuelta a empezar.

Las fuerzas de seguridad del estado vuelven a destinar efectivos que protejan a todos aquellos españoles sensibles que estar en la más negra de las listas. Y otra vez los empresarios vascos se preparan para recibir cartas exigiéndoles el impuesto revolucionario. Y de nuevo las rutas cambiantes, los horarios diferentes, la revisión del coche y las miradas a ambos lados de la acera. Y una vez más la amargura de la sospecha en cualquier desconocido que se cruce en tu camino. Y otra vez el miedo.

Y cómo no, lamentablemente te das cuenta de que tampoco en el panorama político ha variado sustancialmente el discurso. Y digo esto porque esperaba, inocentemente, que simplemente por dignidad humana los intereses quedasen aparcados por esta nueva desgracia y los legítimos gobernantes, los que sin duda alguna más caro van a pagar su valiente apuesta por la paz, estuviesen exentos por unos días del sospechoso discurso del “ya lo decía yo” que desde el partido de la oposición se ha entonado (por cierto que sea); para encontrar, de una vez por todas, esa unidad que tanto he echado de menos en estos nueve meses de intentos ahora sepultados en un aeropuerto.

Porque cuando se trata de un problema de esta magnitud, con las consecuencias pasadas y presentes por todos conocidas, no cabe la divagación en cuanto a puntos de vista ejecutores de posibles soluciones. No caben juegos malabares con las palabras, ni los mensajes doctrinales y desesperanzados, que sólo eso generan. En este tema no. Porque hoy hemos perdido a Carlos Palate y a Diego Armando Estacio, ecuatorianos de nacimiento y españoles por defunción. Pero mañana puedo ser yo, o usted; sólo tenemos que estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, y nuestras ideologías políticas de poco nos van a servir dada esta circunstancia. Simplemente por esta sencilla reflexión es por lo que creo firmemente en la necesidad de una fusión inquebrantable de todos los elementos sociales, que dejen de hacer el más espantoso de los ridículos y aúnen esfuerzos que acaben definitivamente con esta dictadura del terror que bajo ningún concepto debemos de permitir como pueblo libre que somos.

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