De recuerdos y lunas

Pejigueras

Ya sabía yo que de no justificarlo vendría alguien a darme un cachete. Y no ha sido uno, sino varios. Y con mucha razón. La semana pasada cuando contábamos la experiencia de las jornadas de convivencia en nuestro Instituto aludimos a la caseta meteorológica que habíamos instalado para registro del tiempo. Y dijimos, ciertamente, que estaba ubicada en una terraza. Como, donde los haya, los hay listos –pejigueras pero listos– algunos nos han escrito o reprochado verbalmente que la ubicación de nuestra caseta meteorológica no es correcta por la distorsión que ejerce la altitud. Y nos han aleccionado con rigor que la caseta, como mandan los más básicos manuales sobre observación meteorológica, ha de estar todo lo más a un metro y medio a ras del suelo.
Así es. Y por nuestra parte, recibidas con agrado las críticas pertinentes de quienes demuestran entender muy bien sobre meteoros atmosféricos, su observación y registro, sólo cabe una justificación que el otro día no consideramos necesaria porque, menospreciando a nuestros lectores, no pensábamos que el personal fuera a mirar con lupa nuestro escrito en este sentido y percatarse de ese detalle de la caseta. La ubicación de la estación meteorológica, efectivamente, no es la más apropiada. La estación no debe de estar en una azotea, sino a ras del suelo, a un metro y medio del suelo, aislada de paredes y factores que puedan distorsionar la observación. Y orientada al norte. Que lo sabíamos todo pero todo no pudo ser.

Desde el primer momento que instalamos la caseta fuimos conscientes de la anomalía que cometíamos pero, y aquí la razón de que la estación meteorológica de nuestro Instituto no cumpla ese requisito –los otros sí– es que cumplir lo de a un metro y medio del suelo llano, nos exigía el instalarla en medio del patio. Y de haber sido así, pronto, muy pronto, el saber popular habría sustituido o alternado aquello de "dura menos que un pastel o caramelo en la puerta de un colegio" por "dura menos que una caseta meteorológica en el patio de un instituto". Ya no por vandalismo, sino por curiosidad y balonazos perdidos. Esta es la razón que justifica la heterodoxia de nuestra estación. Así, que nos comprendan los rigurosos lectores y descansen tranquilos que ni el campo, ni el turismo, ni las procesiones, ni los actos al aire libre de las fiestas dependen de los datos de nuestras observaciones. En nuestra labor docente, lo que nos interesa de estas actividades es, sobre todo, recabar información para luego realizar estadísticas y gráficas y, al tiempo, conocer mejor algunos rasgos del espacio físico que el alumnado habita. No menos recuperar aquellas populares palabras y refranes vinculados a la temperie que se van perdiendo y que por aquí, como recogió don José Guillén García en "El habla de Orihuela", suenan así: "Agua del sielo no quita regón". "Reboleras de tarde, viento de mañana". "Cuando el sol tie bardas el jueves, llueve antes del domingo". "Los cuervos en la güerta, agua sierta"... Y también importa para recuperar la costumbre de mirar al cielo todos los días. Como lo hacían nuestros abuelos.

Todos los días y todas las noches. Porque nuestros abuelos, lo primero que hacían al despertar, de madrugada, era ir al patio o al corral para ver cómo pintaba para esa jornada el tiempo. Y también por las noches. Por las noches, sobre todo en invierno, para rezar más fuerte si la noche era noche despejada, porque la claridad de las estrellas en la noche invernal de Villena siempre ha sido presagio de los hielos que queman los esquilmos.

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