De recuerdos y lunas

Pesa idem

Entre las muchas curiosidades que Peter Villanueva Hering nos contó en su libro "Errores, falacias y mentiras" nos decía que en Massachusetts hay un lago, el lago Webster, cuyo nombre real es Chargoggagoggmanchauggagoggchaubunagungamaugg. Bueno, Villanueva cuando lo escribe añade o se come alguna "g" pero siendo nombre tan largo y también conocido por lago Chaubunagungamaug no nos vamos a entretener en minucias. El erudito explica que es palabra nativa y que traducida vendría a decir: "Tú pesca en tu lado, yo pescaré en el mío, nadie pescará en el medio".

Al margen de que todo esto sea más o menos verdad porque hay quien de la lengua de los indios nipmuc traduce el hidrónimo con el ininteligible "ingleses en el territorio de los Manchaug, en el lugar de la reunión y de la pesca en el límite", la traducción más conocida es la de arriba, la del cada uno a lo suyo aclarando los límites. Igual que cuando en la escuela repartíamos fifty-fifty el pupitre trazando una línea con el lapicero. Y que no se le ocurriera a nuestro compañero meter el codo en nuestro territorio. Ni el codo ni un pelo del jersey.

Mediando octubre del pasado año, día catorce, cuando en el Congreso de los Diputados del Reino de España se votó por primera vez la propuesta de reforma del Estatuto de Castilla-La Mancha, de trescientos dieciocho votos emitidos sólo tres votaron en contra. Uno, el de Rosa Díez de UPyD; dos y tres, el de los diputados murcianos del PP Alberto Garre y Arsenio Pacheco. Dios cuide a los tres y vaya mi óbolo donde corresponda para pagar la multa que con fines ejemplarizantes puso el PP –partido de España– a Garre y a Pacheco. Trescientos euros por barba por salirse del rebaño. Por entonces ya adelantamos a algunos amigos nuestro pesimismo, porque si bien la admisión –pendientes las enmiendas– no implicaba la plena aprobación, visto lo visto la cosa pintaba malas maneras: Discursos ambiguos dependiendo del suelo que se pisaba, silencios preocupantes. En esta España de las tribus nos hemos aficionado demasiado a las lindes. Y entre ellas especialmente a las del agua. Los lobos orinan y cagan para identificar la comida apresada y para determinar sus territorios. Estas marcas cochinas informan a otros que el territorio está ocupado como cuando –salvando las distancias y los olores– las señoras llenan de abrigos y bolsos las butacas en un teatro para decirte sin decírtelo que lo ocupado por sus prendas es coto. Que hay frontera.

Eleuterio Gandía Hernández –al que tanto debemos– en su "Vocabulario de frases hechas y dichos no incluidas en el diccionario de José María Soler" recoge la expresión "Pesa idem". Expresión que incluso sirvió de lema al autor cuando presentó su trabajo. Expresión que –así nos lo explica Eleuterio– es "fórmula de juramento infantil que confiere carácter de firmeza y compromiso sobre aquello que se ha afirmado, acordado o convenido". Yo siempre la he vivido como fórmula rotunda y algo egoísta cuando, aparte de las expresiones curiosísimas y enigmáticas que recoge Gandía, añadíamos aquello de "la bolica del mundo pa mí". Porque los de mi generación sólo decíamos "Pesa idem. La bolica del mundo pa mí". Que era como un punto final y un no se discuta más.

Después de las enmiendas el estatuto de Castilla-La Mancha mantiene su fecha de caducidad: 2015. Alarte (PSPV) se queja y el PPCV exige, pero la tribu manchega como los indios nipmuc insiste: "Tú pesca en tu lado, yo pescaré en el mío, nadie pescará en el medio". Pesa idem.

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