El Diván de Juan José Torres

Pesadillas bancarias (y demás Cajas)

Hace muchísimos años las personas utilizaban el trueque, el intercambio de enseres y productos, para sobrevivir. Las gentes recolectaban en los campos, agrupaban sus ganados, cazaban los más hábiles y los menos atléticos manufacturaban utensilios artesanos. Se canjeaban objetos o servicios sin necesitar el dinero y no había lugar ni para espabilados ni para ociosos: quien trabajaba vivía, quien golfeaba deambulaba como “culico de mal asiento” parasitando por aquí o por allá y quien trampeaba era desterrado. Yo doy lo que otros necesitan y tú das lo que tienes. Nada más sencillo.
En algún momento alguien pensó que el trueque era un atraso y que la moneda acuñada representaba el futuro. Así que desapareció el trapicheo y emergió el dinero. Conforme corría el parné surgían los recaudadores, los avispados, los especuladores y más tarde los estraperlistas. El populacho, ostentando poco o mucho, lo escondía o acumulaba en casa para su administración hasta que se inventó el banco, siendo el primero el San Giorgio de Génova en 1406. Como la idea funcionó se extendió la bolsa como la pólvora. Los individuos llevaban su pasta para tenerla segura y el banco les ofrecía préstamos y beneficios.

Pero la banca nunca pierde. Cobran por la tarjeta, recaudan por comisiones, negocian con nuestro dinero, facilitan préstamos cuyos intereses cuadriplicarán el valor inicial, si ingresamos dinero nos dan los buenos días, si lo retiramos no nos conocen, si necesitas una cantidad importante te citan la semana que viene, si te devuelven una letra te llaman al instante, las hipotecas las revisan al alza porque hay un euribor que manda, si negocias una rebaja te miran con mala cara, si amenazas con irte a la competencia igualan la oferta, si llevas un dineral te ponen la alfombra roja, si portas calderilla el último de la fila y cuando los niños de San Ildefonso cantan premios acuden al galope los banqueros.

Ofrecen seguros de vida, planes de pensiones, libretas de ahorro; si domicilias pagos y nóminas te prometen el oro y el moro, ollas, sartenes y bendiciones banqueras. Pero no se les ocurra pedir un adelanto si su empresa está en quiebra o tarda en pagar. Ni se le pase por la cabeza solicitar un préstamo porque ese término lo quitaron de su diccionario. No les pida nada porque su palabra más usada es No. Usted limítese a pagar la hipoteca y sin rechistar. Si no lo hace le birlarán la vivienda, la tasarán por la mitad, la venderán al mejor postor, que podría ser su vecino, y usted tendrá que seguir pagando sus cuotas aunque duerma en piso de alquiler o en un banco ecológico de la calle Gelela.

Como triunfaron los bancos nacieron las Cajas, entidades que hacen lo mismo pero con más disimulo, pues están obligadas a distribuir unos fondos sociales o culturales. Su máxima sigue siendo ganar, cuanto más mejor. Por eso nos dicen No cuando abrimos la boca, cotizan en bolsa, invierten en macro proyectos y se expanden como la miel. Si el negocio les va viento en popa no te bajan los tipos de interés, ni te conceden el préstamo negado, ni te anulan las comisiones, pero se forran los grandes accionistas de los bancos y cajas. Si la transacción les va mal y les lleva a su propia crisis financiera piden ayuda al Estado para que les rescate su dinero, no para salvar al cliente.

Mientras los González y los Botín se frotan las manos y se engominan el poco pelo, las Cajas buscan fusiones para quitarse la soga del cuello. Unos y otros desencadenaron la crisis, pero los primeros se ríen de ella y los segundos lloriquean con escasa vergüenza. Las malas gestiones se pagan y toca otra vez, con caudales públicos, indultar sus bolsillos. Pero el contribuyente, el cliente de toda la vida y al pie del cañón, sí tiene la faltriquera estrecha y el culo al aire. ¡Qué buenos y viejos tiempos aquellos del trueque!

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