El Volapié

Pictolines

Tenía ya escrito un artículo ambientado en el esperpéntico paripé que se está interpretando en el Ayuntamiento de la Muy Gris, Muy Sucia y Apestosísima, pero la tomadura de pelo es tan inmensa que optaré por irme con la música a otra parte. Por el paripé y porque a buen seguro que el incomparable elenco de redactores y columnistas de nuestro querido periódico, darán cumplidas informaciones y opiniones al respecto.
Así que ese articulito lo deposito en la papelera de reciclaje a la espera de recuperarlo cuando esta historia vuelva a repetirse, del inexistente verbo paripear, y prosigo con este otro.

Uno de los mejores recuerdos que tengo de la infancia, son los caramelos de eucalipto mentolado de la marca Pictolín y el otro día compré una buena bolsa de estos a granel, porque son los mejores para la permanente congestión nasal que acarrea el bonito invierno villenense.

Los pictolines han cambiado mucho desde aquellos que se crearon en Alicante, en la fábrica de El Monaguillo que había en el barrio de Benalúa, y los de ahora ya no son tan alargados y van envueltos como caramelos normales y corrientes. El sabor se puede decir que es idéntico pero los pictolines de hace cuarenta años me gustaban más porque eran el regalo seguro que mi abuelo siempre tenía preparado para mí.

El papel de los abuelos hace cuatro décadas era sustancialmente distinto al que les hemos impuesto en la actualidad, pero desde siempre han regalado caramelos y han llevado a sus nietos a los toros, constituyendo el mejor germen para la transmisión de la Tauromaquia entre los aficionados.

Francisco López Barrios ha presentado en la Biblioteca de Andalucía un libro a favor de las corridas de toros, titulado Mágica Ceremonia, en el que da su punto de vista sobre los valores que convierten a la Tauromaquia en un espectáculo recomendable para niños mayores de cinco años. Sigo sin saber a qué se debe que el autor marque la línea en este punto pero quiero pensar que se refiera a esta edad como una de referencia aproximada.

Mi abuelo me daba pictolines pero no tuve la suerte de que me llevara a los toros, ni recuerdo que nadie tuviera ese detalle conmigo cuando era tan pequeño como un lustro. A esa edad sólo recuerdo haber visto los toros por la tele y un poco mayor ya ahorraba para no perderme las pocas corridas que se daban en la antigua plaza, y estuve sacando entrada de niño hasta que me salió la barba.

Suerte tienen los niños a quienes sus abuelos los llevan a los toros desde pequeñajos y les explican los detalles de la lidia, para que sepan distinguir a los fantoches de los toreros, a los bueyes de los toros bravos y no se dejen tomar el pelo cuando tengan que pagarse la entrada ellos mismos. Más vale una docena de corridas manteniendo la integridad antes que miles de espectáculos fraudulentos, porque lo primero mantendrá viva la Fiesta y lo segundo supondrá su fin.

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