Estación de Cercanías

«Pisar la tumba del rojo»

No son palabras mías, ni de lejos las comparto, ni las pondría jamás en mi boca con ningún otro color. Estas palabras fueron pronunciadas hace 62 años por el párroco de la localidad cacereña de Roturas de Cabaña al encontrarse con el molesto cadáver de un maquis asesinado por la Guardia Civil.
El guerrillero en cuestión era conocido como “El Ino”. Su único delito, engrosas las filas del Partido Comunista y pertenecer a la guerrilla que contra el nuevo régimen dictatorial luchaba al cobijo de los montes de nuestra geografía. Y así, con esta grandilocuente frase, fue enterrado bajo la entrada del antiguo cementerio del pueblo arriba mencionado; podrán apreciar en ella la “misericordia” cristiana del susodicho párroco, que vio la posibilidad al enterrarle de rescatar “por si acaso era cristiano” un alma para su señor, pero eso sí, su cuerpo, por rojo, debía ser pisado por todo aquel que accediese al camposanto.

Victorino Pereda Ortega, “El Ino”, es ahora noticia porque ha dejado de ser, gracias a un arduo trabajo de investigación llevado a cabo por su nieto y con la colaboración de la Federación Estatal de Foros por la Memoria Histórica, el invisible. El sábado 21 de julio fue rescatado su cuerpo y su memoria; su nombre volvió a pronunciarse en voz alta y su familia pudo llorarle y concederle un lugar de descanso, libre de la cruel parcela de tierra que el juicio cristiano de aquel cura le concedió allá por 1945.

Sí, ya sé que eran otros tiempos, y otros años, y muchos los miedos que imponían el silencio y la aprobación a comportamientos tan miserables, pero leer esta noticia –y saber que su nieto, que nunca le conoció, hijo de una hija que tampoco le conoció, ha sido el impulsor de esta búsqueda, sólo por no volver a escuchar en su casa los susurros que este miembro de la familia suscitaba el nombrarle– me trae a la memoria el último libro de Almudena Grandes, “El corazón helado”, relato que hace del odio entre bandos y su repercusión en generaciones posteriores su columna vertebral, y de cómo todavía se ven afectados nietos de abuelos desconocidos, los cuales, totalmente ajenos a la contienda, en algún momento de vida se ven abocados a su recuerdo y a convocar en la memoria de familiares recuerdos tristísimos de años pasados, episodios en unas vidas que sufrieron en carne propia las miserias de la guerra, que forjaron odios aferrados a la injusticia y que han sido, consciente o inconscientemente, precursores de conductas ideologías o comportamientos en mentes de ahora, en gentes de ahora que ven parte de su historia familiar cubierta por la larga sombra de aquellos días, oscuridad que por mucho que algunos quieran dejar en el olvido y aunque la justicia española jamás se ha pronunciado contra los que perpetraron una serie de crímenes que en cualquier otra parte del mundo se han considerado contra la humanidad, seguirá latente en los recovecos del alma, destinados a conservar sin ser vistos los peores episodios de la vida.

Dolorosos recuerdos de consecuencias vitales y hereditarias, que, como en el caso español, siguen latentes aún en aquellos que han nacido y crecido en paz, y han sido capaces de promover una búsqueda que conceda a sus familias la liberación de la perpetua duda sobre su paradero, que no es más que justicia para lo suyos. Y, si tras el bálsamo de 68 años de paz, nuestra guerra sigue pidiendo peajes, ¿cuántos años y generaciones en paz les harán falta a otros rincones de nuestro planeta, esclavos de la lucha, la muerte y la destrucción, para llegar al olvido y poder comenzar a volver a ser?

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