El Ordenanza

Piscinismo

El Ordenanza. Capítulo 51

Escena 1

Uno de los clásicos del verano son las piscinas. Las hay de mil maneras. Avelino piensa en la acequia en la que se zambullían cuando niños. Siempre con el tirachinas en el bolsillo de atrás, siempre dispuesto a ser el Long John Silver de aquella maravillosa obra del escritor enterrado en Samoa y del que es, todavía, buen aficionado.

En otras ocasiones, era John Wayne.

En estas va nuestro protagonista, adentrándose en el pantanoso terreno, dadas las meticulosas pruebas de fuego a las que nos sometemos a diario con la movida esta del Covid19.

Le han tomado la temperatura con un termómetro-pistola que no le ha gustado mucho. Hubiera preferido dejar las mochilas y enseres que llevaba encima, al menos. Se ha lavado las manos con una solución hidroalcohólica que olía a orujo blanco del malo.

Ha descargado medio contenedor de tuppers y servilletas de paño en tres mesas contiguas, delimitadas por líneas blancas pintadas en el suelo. Le recordó aquella película del tipo ese del cine Dogma.

Terminado esto, se lava las manos con solución hidroalcohólica de orujo del malo y, con mimo, toma una toalla impolutamente doblada y se encamina junto a su señora hacia la zona de baño, por aquello de que han venido a una piscina y, al menos, hay que mojarse hasta... hasta donde se pueda y, sobre todo, olvidar que al coche le va a dar el sol hasta las veinte treinta, por lo menos.

  • Señor, no se puede entrar en la piscina con calzado de calle.
  • ¡Oh! ¡Disculpe! Tengo las chanclas en la mesa y...
  • Pues... deberá usted ir a cambiarse.
  • Pero, cuando venga en chanclas desde mi mesa, pisaré por donde todos los usuarios han pasado con su calzado de calle y, por tanto, extender el virus por el santo suelo de su piscina, señorita. Mejor sería no meter ningún tipo de calzado en el recinto.
  • Son las normas, señor.
  • Unas normas un tanto aleatorias.
  • ¡Avelino, no le discutas a la chica! Ve y ponte las chanclas, que están en la mochila roja... al fondo...
  • ¡Es que me parece una bobada, Aurora! Para darme un baño con los nietos piden más requisitos que para una hipoteca.
  • ¿Y cuestionándolas vas a lograr que las quiten? ¡Anda y ve a ponerte las chanclas!
  • Voy.

Escena 2

  • Señor alcalde, ¿usted por aquí?
  • He venido con Elisa.
  • ¿Solucionaron lo suyo?
  • Sí, sí. Todo está perfecto.
  • Celebro que “ya sabe usted quien” haya arreglado las cosas. Bueno, ¿vienen a pasar el día?
  • Hemos quedado a comer con Alcañiz y López.
  • Eso es algo que siempre me ha llamado la atención: que queden ustedes fuera del ayuntamiento.
  • Y lo mejor es que no nos llevamos el trabajo a casa...
  • Mire, por ahí llega López. Buenos días, don Andrés.
  • Buenos días, Avelino. ¡Está aquí medio convento! ¡No os meéis dentro!
  • No seas brutico, López.
  • No soy bruto, he leído en el Marca que hasta los nadadores olímpicos lo hacen.
  • ¡Anda, anda! Seguro que hay cosica de esa que te rodea si te derramas...
  • Pero, ¿eso no es un mito?
  • La verdad es que es cierto que los nadadores se orinan en el agua, Avelino.
  • ¡Ostras, Elisa! ¿Tú lees el Marca?
  • No, López, he leído un estudio de un científico inglés que dice que podría ser cierta la sustancia que cambia de color en contacto con la orina.
  • Me deja usted de piedra, Elisa.
  • Creo que se necesitarían cantidades elevadísimas de orina para llegar a ello pero crea cloruro de cianógeno, que es un agente de guerra y llega a dañar órganos vitales...
  • ¡Joder, cariño! estoy por no meterme, al menos, con López.
  • ¡Calla, calla! Sigue, Elisa, por favor...
  • López, eres un cromo...
  • La exposición continuada puede alterar nuestro ADN y provocar cáncer.
  • Y el agua está más calentica... como en la piscina de los críos.
  • Eso es porque tiene menos agua, simplemente. El olor a limpio de las piscinas es, realmente, un indicador de que hay mucha orina en el agua. Se necesitarían unos ochenta y cinco mil niños para subir un grado la piscina con su pipí.
  • Tiene sentido...
  • ¡Y luego está el sudor!
  • ¡Claro! ¡Por eso las duchas!
  • ¡Sí!
  • Oye, ¿y lo del pelo verde?
  • Eso es por el nitrato de cobre.
  • ¡Ah!
  • ¡Qué lista que es mi chica!
  • ¡No me pongas roja!
  • ¡Ah! ¡El amor!
  • Jajajajajaja
  • López, luego te voy a hundir la cabeza...
  • ¡Hombre! ¡Si ha llegado Johnny Weissmüller!
  • ¡Juanjo, siempre el último!
  • ¡No me riñas, alcalde, que tú acabarás de llegar! Elisa, buenos días.
  • Buenos días.
  • He visto desde la entrada que teníais una conversación muy animada... ¿de qué va el tema?
  • De leyendas urbanas.
  • Entonces, ¿alguien me puede decir si lo de guardar las dos horas después de haber comido es cierto? Hace un cuarto de hora que me he comido docena y media de churros madrileños con chocolate y llevo la temperatura disparada. ¡Necesito un baño ya!
  • Espérate, que yo paso de hacerte el boca a boca.
  • López, esta vez prometo no meter la lengua.
  • Vale.
  • ¿Vamos al agua?
  • El último que llegue a la pared de la parte honda paga la paella.
  • ¡Esperad, que llevo la camiseta puesta!
  • ¡Y yo el móvil!
  • ¿A quién se le ocurre traerse el móvil a la piscina?
  • ¡A mí!
  • ¡No hagáis trampa, cabrones!
  • Una, dos y ¡TRES!
  • ¿Se da cuenta, Elisa? Para las piscinas no pasa el tiempo.

Y dejamos que Avelino acomode la toalla para que se seque Aurora al salir del baño. Feliz verano, amigos lectores.




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