De recuerdos y lunas

Poemas de amar

Como dicen que sucede con los astros hay conjunciones que resultan trascendencia. Conjuntar es unir, sumar. Conjuntar es –precisa la RAE– "combinar un conjunto con armonía". Pero no siempre que conjuntamos, no siempre que unimos, no siempre que sumamos, nace necesariamente una unidad armónica. En ocasiones –esto quizás lo entendemos mejor cuando apreciamos la historia de España– el resultado de sumar es sólo la unión de varios perceptibles individuales. Puede que haya nexos, el símbolo más por ejemplo, pero la unión no siempre es unidad. En el caso que nos ocupa, la suma selecta de los poemas de amor que Ada Soriano ha escogido para dárnoslos en el libro "Poemas de amor" (Fundación Cultural Miguel Hernández, 2010), resulta una afortunada unidad y armonía. Una unidad inmensa e intensa. Muy intensa. Y bella con gusto.

"Poemas de amor" de Ada Soriano se resuelve entonces como obra plena, particular. Los poemas escogidos de "Anúteba" (1987), "Los nuevos poetas" (1994), "Alimentando lluvias" (2000), "Como abrir una puerta que da al mar" (2000) y de los publicados en la revista "Empireuma" –revista heroica que codirige la autora con José Luis Zerón, a la sazón poeta y consorte suyo– resultan al reunirse, antes que antología, obra nueva. Un libro propio que estalla en un Big Bang prístino y de brutal sensibilidad.

La poesía, los poetas, se han ocupado mucho del amor. Pero Ada Soriano yo creo que no nos habla del amor. Yo creo que da un paso más, un paso hacia sus adentros, y nos habla del amar, de la materialización física del amor, de su ser realidad por realizarse, del amor mismo probado y consumido, incluso consumiéndose, como instantánea de una experiencia sincrónica de amante y de amada. El poemario es revelación del amor prodigado. Un amor que se gasta, porque el amor si no se gasta no es amor. Que se gasta y se repone en el mismo acto de amar.

Pero no teoricemos porque el poemario no es teoría del amor. Aquí la intensidad que decíamos que rezuma del libro. La poeta no nos dice lo que mueve al amor sino, sobre todo, el amor mismo que se mueve. Su ejercicio. Y hay versos que son embate y otros sosiego y otros pasión y otros ternura tierna. Muy variado, como resulta cuando se hace, amando, el amor. La noche compartida, el cualquier instante del amor, es esto lo que se versifica y se verifica. Así, los versos, exquisitos de palabras exquisitas, nos permiten penetrar en los entresijos inefables –ya no tan inefables porque aquí se dicen y se dicen bien– del amor. Y las experiencias aparecen con todo su íntimo misterio. El lector siente, por la magnificencia de la palabra hermosa, el amor vivido. Aunque siempre nos queda el recelo de que lo que sentimos leyendo, sintiéndolo penetrante, sólo es intuición. Porque la fruición de la fricción amorosa es tan personal, tan íntima, que aun llegándonos su calor sospechamos que nos llega como rescoldo eterno de un fuego que ha calentado a otros. Pero llega. Y lejano o próximo a nuestra experiencia amorosa, lo sentimos; alejándonos siempre de la liviandad del fisgoneo voyerista. El amar, escrito en verso, nos llega con la plenitud de sus intimidades. Ada Soriano nos trae la noche respirada –"respiramos la noche"– y las pletóricas humedades del sexo. Una experiencia amorosa que, incorruptible, es poesía. Amor-amar que fructifica en carnes vivas que viven y nos hacen vivir. Y también, porque también dolorosamente es infructuosa la carne, en melancolía de carnes muertas que sólo salvará la memoria.

Poemario intenso, como el amar amando, donde se dice la intimidad.

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