El Ordenanza

Política de cercanía

El Ordenanza. Capítulo 24

Escena 1

Algunas tardes, no todas las que desearía, Avelino recoge a sus nietos del comedor del colegio y se los lleva al parque. Son maravillosas esas tardes de otoño. El manto de césped y hojas caídas hace que cada paso sea relajante. Los niños campan a sus anchas, corriendo detrás de los perros, que no dejan de mover la cola.

Las madres charlan entre ellas de chándals remendados y tallas de calcetines mientras el sol cae, plácidamente, sobre el rizado tobogán de plástico totalmente homologado. También hay muchos adultos haciendo deporte.

El ordenanza se pregunta la diferencia entre hacer jogging, footing, running o echar a correr cuando, por su espalda aparece el alcalde, enfundado en ropa elástica, trotando sudoroso:

–Buenas tardes, Avelino. Una tarde genial para respirar aire más o menos puro.

–Buenas tardes, señor Alcalde. ¿Usted también sale a correr?

–Siempre que puedo. Hay que liberar tensiones y mantenerse en forma, ¿no cree?

–Mientras no lo haga por moda...

–No, no. No tengo intención de correr ningún iron man de esos.

–No le imagino corriendo 84 kms, la verdad.

–Es una locura, sí. Hemos de tener en cuenta que, todos los que deportistas extremos que conozco, hace 25 años eran los que arrasaban en la Ruta del Bakalao, o sea, que aguante tienen.

–Habrá quien lo haga por amor al deporte, ¿No?

–Por supuesto, pero tengo la sensación de que son los menos. Yo, desde luego, no necesito probar los límites de mi cuerpo. Allá cada cual.

–¿Se ha enterado que en China se ha instaurado la pena de muerte para los políticos corruptos?

–¡Oh! Creo que tampoco apruebo esa decisión: no se puede saber a ciencia cierta si uno es o no culpable y, aunque se supiera al 100%, ¿no cree usted que sería mucho más fácil y rápido que los políticos no nos metiésemos en esas camisas de once varas?

–En campaña, todos son muy honestos pero, una vez ganado el cargo...

–No puedo hablar por los demás pero sí por mí. La verdad es que ha habido un distanciamiento tan grande entre políticos y votantes que no sé cómo nos hacen caso todavía. Nuestros mundos no se corresponden y, para equipararlos, utilizamos todos los trucos que se nos ocurren: ultrasensibilización, alienación, aleccionamiento, patriotismo, nacionalismo, memoria, desinformación, manipulación, sobreinformación…

–Amén de las artimañas legales para quedar impunes o tener tratos de favor. Es desolador.

–Empezando por la falacia de “todos los españoles somos iguales ante la ley”.

–Sí, la Carta Magna es un laberinto lingüístico.

–Avelino, si los españoles fuéramos iguales ante la ley, estaríamos en una república.

–No todos comparten ese pensamiento.

–Lo sé, pero al menos podrían decidir si quieren un sistema de gobierno u otro. ¿Sabe que muchísima gente abomina la palabra “república” sin tener muy claro lo que quiere decir?

–No olvide, señor alcalde, que en España se dio una transición, no una revolución. Adaptaron algunas cosas para que todo continuase igual. ¡Huy! Espere un momento, que se ha caído mi nieto. Los críos...

–Ande, Avelino.

Y, mientras el ordenanza va a analizar los daños del accidente (cosa liviana, seguro), el grupo de mamis ha cambiado el tema de conversación: el asunto ahora es la precariedad de los inmuebles de ciertos centros escolares que, en dos casos concretos, es vergonzosamente alarmante. La conversación va caldeándose y, sin darse cuenta, el alcalde se ve implicado, aunque no partícipe, en ella.

Inesperadamente, una vocecilla tintinea detrás de él. Se gira y descubre a una niña morena con unos enormes ojos interrogantes que se clavan en los del primer edil.

–¿Tú eres el alcalde?

–Sí, cielo.

–¿Y qué hacen los alcaldes?

–Los alcaldes intentan que las personas de una ciudad tengan una vida más fácil.

–Pues mi abuelo dice que los alcaldes no valen para nada.

–Bueno, es una cosa que creen muchos mayores, porque quejarse es gratis y hasta divertido.

¿Tú te quejas mucho?

–A veces, porque mamá me obliga a ducharme y yo no quiero.

–Pero, si no te duchas, no hueles bien, ¿verdad? Y a ti seguro que no te gusta oler a cabra muerta. ¿Cuál es tu olor favorito?

–Espera que piense... creo que el olor a chocolate. ¿Y el tuyo?

–A mí me encanta el olor a hierba recién cortada.

–¡Oh! ¡A mí también me gusta! Pero de ségun. Aunque en este parque la hierba está muy alta. Mi abuelo dice que es porque a los del ayuntamiento no les da la gana arreglar las cosas.

–¿Sabes? Creo que tu abuelo, en parte, tiene toda la razón, así que deberé esforzarme más para que puedas oler a hierba recién cortada mucho más a menudo. Promesa de alcalde. Pero tú me tienes que prometer una cosa: hacer caso a mamá, que es como la alcaldesa de casa, para ponerle fácil su tarea, ¿vale?

–¡Vale! Prometido.

–Perdona, ¿te está molestando?

–¿Es su hija? Hemos estado debatiendo sobre mantenimiento municipal y creo que hemos llegado a un acuerdo ventajoso para ambas partes. Es una niña muy despierta.

–Sí. A veces asusta.

–Bueno, si me perdonáis, he de marchar, que he salido a correr y me he tirado todo el capítulo charlando aquí. Hasta pronto, bonita. Y no olvides lo prometido.

–Ni tú, ¿eh?

Y, haciendo un ademán con la mano, se despide de Avelino, que regresa de la fuente y sale trotando de las inmediaciones del parque público.

Por lo que respecta a nosotros, hermanos lectores, no transgredan muchas leyes en la cenas de empresa, no abusen de la comida estas navidades y mantengan los espacios urbanos como a ustedes le gusta encontrarlos durante todo el año (a no ser de que, lo que realmente le guste, sea quejarse).

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