El Diván de Juan José Torres

Polvaredas y vientos

Este año 2020 es para olvidar, pero jamás lo olvidaremos…

Cuando hace frío me abrigo, si llueve me resguardo, si es el calor quien me atosiga me refresco, pero no soporto el viento. Sus zumbidos me replican los oídos y esa sirena enfermiza se cuela en mis entrañas. Las paredes, entonces, son rocódromos que invento en mis huidas y abro las ventanas para que pase sin quedarse; las cierro de nuevo porque ni se detienen ni se van, y cuando suena con esa desagradable insistencia pierdo ese control del que he presumido tantas veces y, en ese mientras tanto, la paciencia se me escabulle entre las manos antes de que pueda atraparla. Me reta su ferocidad y me doy cuenta otra vez de mis limitaciones, pues por más que gruña y desespere no descansaré hasta que él pare y poco o nada podré hacer.

Aun así, al no cesar, vuelvo a caer en mis propias frustraciones y es entonces cuando maldigo por mi boca, de nuevo, los efectos que me produce y blasfemo contra ese caprichoso azar de la naturaleza que me azota desde levante hasta poniente, que me pone de los nervios y al que insulto impotente y encorajinado. Deseo con todas mis fuerzas que se aleje, que se deje llevar por su propia fuerza lo antes posible y se distancie tanto como pueda hasta el infinito, recorra los valles por los que ha venido, ventile los hondos, airee las montañas y se vaya por donde vino, aunque sé que las corrientes son cíclicas y lo que se fue volverá; pero que tarde su regreso una larga temporada, aunque mi memoria me diga que no.

Me consuela saber que no soy el único inquieto por esta circunstancia porque también, cuando silba con sorna, molesta a los demás, que sus senderos no son siempre predecibles y cuando se harta de provocar estelas polvorientas, sacudidas y estampidas, corrientes que arrancan arboledas, huracanes traicioneros y ventiscas que ocasionan la ceguera, desaparecen como si nada, sin hacer ruido y sin avisar. Cuando creo ya un merecido descanso vuelve otra vez con más fuerza y a retozar con los valles, montañas y ríos. Me ha vuelto a engañar con una falsa tregua, inesperada y sin pañuelo blanco que invite a la pacificación. Agazapado y furtivo acecha cualquier debilidad, al primer talón de Aquiles que flaquee.

Como el mío. Entonces será cuando enseñe las uñas y ataque de nuevo, desde el levante hasta poniente, con lebeche o tramontana, con vientos africanos o rachas germánicas del norte. Da igual. No lo soporto de ninguna de las maneras y cuando deja de resoplar, resoplo. Pienso entonces que los vientos agresivos son los mercados que nos azotan el rostro, pero joden más si cabe que sus huracanes tambalean la Bolsa y sus corrientes húmedas destrozan haciendas, economías normales y asusten a los cotizantes de toda la vida, a las familias sencillas; porque sus embestidas arrasan con todo lo que pillen, incluidas las dignidades con sus luchas y sus historias. Sé que los vientos tienen memoria, porque siempre vuelven. Intuyo que casi nunca tienen compasión ni empatía y sospecho que por más que molesten no piensan parar y que, después de aflojar, aprietan con más fuerza.

Por eso sé que por más que sople el viento, yo debo resoplar. No podré nunca ahuyentarlo. Su canto de sirena, a veces con sonidos de ambulancia, me intimida, y si él sopla yo resoplo, si él respira yo aspiro, si él bosteza, yo me tenso, y por eso no quiero rendirme y doblegar las rodillas. Vuelven de nuevo los zumbidos, regresan las sirenas, exhalan sus cornetas y replican sus tambores de desorden público. Yo vuelvo a resoplar, ojalá aquel resople y aquellos a quien no conozco, resoplen también; que ellos resoplen y tú, conmigo, resoplemos también. A cada golpe de tambor un latido, a cada soplo un resoplo, aunque sea en cualquier recoveco amigo. Que se vayan los vientos al infierno, que se queden sin aliento los mercados con sus primas de riesgo y nos dejen a los demás, por fin, tranquilos y respirar.

Este año 2020 es para olvidar, pero jamás lo olvidaremos, más cuando su estela sombría y ciclónica nos acompañará durante mucho tiempo, si lo vemos y vivimos para contarlo, casi a punto de cambiar a otro nuevo calendario. Recuérdenlo ahora que la memoria está fresca. Cientos de pirañas saldrán en las ventiscas próximas para aprovecharse de la crisis sanitaria y económica, como salvadores heroicos de la Humanidad, y yo sólo deseo que me dejen en paz, que nos dejen en reposo, con encefalograma estable, sin vientos y sin tormentas egoístas y lucrativas. Dicen que después de las tempestades vuelven las calmas. Es verdad. Pero a cada viento agresivo, a cada vuelta de tuerca, que nos parece siempre una novedad, minan las resistencias, la credulidad y la disidencia noble llena de preguntas.

Y para este escrito me relajo con los acordes del tema “Better Than A Dream”, de Katie Melua.

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