Que las mujeres sean respetadas
En torno al piropo caben tanto el ingenio elegante como el mal gusto
En contra de la relajación moral, del vicio y de la perversión y en beneficio del decoro lo dispondrá, entre otros preceptos, una Real Orden: En las plazas, calles y paseos públicos se vigilará, por los Agentes de la Autoridad, el tránsito ordenado y fácil, que las mujeres sean respetadas y que la decencia no padezca con frases o ademanes de mal gusto.
Lo promulgado no es de hoy ni de ayer. Sí de anteayer si anteayer es hace un siglo. Dictada el nueve de mayo de 1924 por Severiano Martínez Anido, por entonces subsecretario del Ministerio de la Gobernación, la Real Orden se publicó en la Gaceta de Madrid al día siguiente. El hecho de que se especifique el respeto a las mujeres denuncia un desafuero determinado por el sexo.
Desafuero anteayer, ayer y hoy, entre lo impúdico cabe el debate en torno al piropo. Donde tanto el ingenio elegante como el mal gusto.
Ejemplo de lo primero se recuerda aquel con el que el escritor José María Sánchez-Silva ganó en los años sesenta ¡un concurso de piropos!: Señorita, vaya usted con Dios… pero vuelva.
Entre los segundos… ¡Uf! Sirva entre muchos este hiperbólico que, recopilado por don José María Soler García, encontramos en el Cancionero popular villenense: Envidia tengo a la tierra / y también a los gusanos / que se tienen que comer / ese cuerpo tan gitano.
Un piropo, dicho con gracia y educación, es signo de admiración.