Escena 1
Amigo lector: me llamo Aurora y, entre otras muchas cosas, soy esposa de Avelino.
Si usted es seguidor de la saga, sabrá que esas “otras muchas cosas” son, por ejemplo, ser católica, madre, abuela, esposa, amiga, idealista y activista en diferentes frentes, ya sean ecologistas, animalistas, filantrópicos o feministas. No vaya a creer que soy “la mujer detrás del hombre”: eso es una estupidez que nos lleva al convencimiento de que hay personas de clase A y de clase B. Podría decir que, ante todo, soy mujer. Podría decir que, ante todo, soy humana. El tener que presentarme dando tantas explicaciones, ya es incómodo para mí, créame. Normalmente, un narrador no debería entregar su currículum para tener la oportunidad de entretener al lector, ¿no es cierto? Pero la sociedad que nos rodea se ha vuelto tan burocráticamente ineficiente que, si me lo permite, roza el más absoluto de los ridículos. En el capítulo de hoy seré, ante todo, su cicerone.
Como sabrá, la segunda semana de marzo alberga el Día Mundial de la Mujer y, a estas alturas, ya se habrán efectuado miles de actos en pro de la feminidad, el respeto y el empoderamiento. Me atrevería a asegurar que, en muchos de ellos, se habrán utilizado pañuelos rojos con topos blancos, ropa de trabajo azul y eslóganes tan estimulantes como efectivos: We can do it!
Rosie “The Riveter” (Rosita “La Remachadora”) es, sin duda, uno de los iconos populares más famosos y atrayentes: la imagen de una mujer mostrando su bíceps. La hemos visto en carteles, chapas, banderas, tazas, camisetas, tatuajes (o tatoos, que hay que reivindicar nuestro idioma), etcétera, pero no sabemos mucho de ella. Sabemos que no es Beyoncé, aunque se haya puesto en su pañuelo, eso sí.
Podemos deducir que, en plena Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos necesitaba mano de obra urgente, tanto en el campo como en las industrias (bélicas), para sacar adelante la economía de un país que, ante la falta de varones -que se mataban en Europa- debía movilizar a las mujeres, cambiando la arraigada usanza de que, una vez casadas, debían ser esposas y madres abnegadas. Así pues, la maquinaria se puso en marcha y, a golpe de dólar, urdió un ambicioso programa de guarderías que hacía fácil la conciliación laboral y familiar.
La maniobra funcionó y, por ejemplo, en la factoría Ford de River Rouge, en Michigan, se pasó de tener 45 empleadas a casi 15.000. Ahora, el Tío Sam solo debía motivar a sus chicas.
En las radios comenzó a sonar una tonadilla, compuesta por Redd Evans y John Jacob Loeb, que hablaba de una tal Rosie, que “cuidaba” de su novio trabajando como remachadora mientras él luchaba en la guerra. La idea era buena y había que sacarle jugo. Una imagen vale más que mil palabras, ¿no? Pues, allá que se fueron.
Antes de la famosa ilustración de J. Howard Miller, hubo otra mucho más crítica, de Norman Rockwell, donde aparecía una corpulenta mujer que, con la remachadora en su regazo, apuraba su almuerzo emulando al profeta Isaías de la Capilla Sixtina, mientras pisaba un ejemplar del Mein Kampf, de Hitler. Estaba bien, sí… pero le faltaba algo: ser popular.
Así, la Westinghouse Electric, dio en el clavo y, la Rosie de Miller adornó las paredes de la compañía durante (nada más y nada menos que) quince días. Hubo otras “Rosies”, iconos que desempeñaron el mismo rol, como Wendy la soldadora o Julie la conserje, pero no tuvieron el empuje de la remachadora.
Tenía todo lo que la sociedad podía desear. Tenía determinación, firmeza, piel blanquísima, labios recién pintados, pelo ordenado, pestañas maquilladas y un propósito: ayudar a su país a ganar la guerra.
Nos consta que hay varias candidatas a ser la chica que inspiró el mito: Rosie Bonavita, Rosalind P. Walter, Rose Will Monroe, Geraldine Doyle y Naomi Parker. ¿Quién sabe? Lo que sí que se sabe es que, en tres años, esta estratagema del Capitolio aumentó el número de trabajadoras en más de 7 millones.
La cruda realidad fue que, a pesar del empuje patriótico de esas muchachas, que no dudaron en asumir puestos de trabajo tradicionalmente masculinos, cobraron la mitad de lo que hubieran cobrado los hombres, pese a que realizaban el trabajo mucho mejor que los varones. Se cuenta que el equipo formado por Rosie Bonavita y Jennie Fiorito, hicieron 900 orificios para juntas, unieron las planchas y colocaron 3345 remaches en ocho horas. Al ser de ascendencia italiana, la puritana sociedad americana, con su política de avispa (White, Anglo-Saxon & Protestant), menospreció el hecho de que, dos chavalas italo-americanas, pulverizaran las estadísticas.
¿Sabe cómo pagó el Tio Sam, al final de la guerra, a las mujeres que habían demostrado que podían ocupar cualquier puesto de trabajo? Las despidió. Así de fácil: las devolvió de la fábrica a la cocina sin pasar por la casilla de salida. Las obvió. Las olvidó.
La verdad es que, el famoso cartel fue desempolvado por las feministas de los ochenta, que quedaron prendadas de la fuerza que emite el gesto de Rosie, aunque la realidad sea que, ese gesto, nos tiene que recordar que no fue más que una jugarreta masculina más.
No dejes, pues, que nadie aproveche tu condición de mujer para beneficiarse de él, bien sea para ganar una guerra o para entrar en las listas de éxitos de Spotify.
Sé que las mujeres no estamos al margen de las modas pero, no pierdas la dignidad por seguirlas. No hace falta que demuestres tu feminidad, tu sensualidad, tu sexualidad ni tu libertad, porque eres LIBRE.
Así, amiga lectora, cuando uses este icono, cuando bebas de tu taza o te hagas un tatoo de la remachadora, hazlo para aprender a quererte como igual al hombre, porque no eres menos.
Gracias por tu atención. Besos.