Abandonad toda esperanza

Reconocimiento

Abandonad toda esperanza, salmo 558º
Experimentar la sensación de reconocimiento cuando se lee una novela o se ve una película puede resultar agradable y repercutir positivamente en nuestro juicio... pero también puede ser contraproducente, según el grado de referencialidad y lo pertinente que esta resulte. En el caso del cine, cada película es un mundo, y cada espectador también, y lo que para unos es meritorio en tanto que herencia bien asumida de una tradición a la que se recurre como ingrediente lícito para armar el relato y dotarlo de significado, para otros es un simple homenaje o una cita innecesaria en el mejor de los casos y un plagio descarado en el peor. Un buen ejemplo de esta doble recepción crítica lo podemos encontrar en la valoración de La cura del bienestar, de la que decir que probablemente sea la mejor película de su director, Gore Verbinski, es decir bien poco dado que estamos ante el responsable de Un ratoncito duro de roer (sic), la versión yanqui de la japonesa The Ring (digna, pero muy inferior al original), esa tontería al servicio de Brad Pitt y Julia Roberts titulada The Mexican (de la que solo se salvaba el añorado James Gandolfini) y las tres primeras entregas de Piratas del Caribe, franquicia que nació con una cinta anodina y que por lo visto en esas sigue. Sobre Rango y El Llanero Solitario no puedo manifestarme porque no las he visto, pero si están en la línea del resto, El hombre del tiempo quedaría como su único trabajo previo de cierta enjundia, además de una marcianada intimista en la filmografía de un realizador más proclive al espectáculo visual vacuo y el metraje excesivo.

Pese a ello y a otros aspectos de interés que luego intentaré glosar sin desvelar demasiado de su argumento, La cura del bienestar no carece de defectos y está lejos de ser una obra redonda: de nuevo estamos ante una cinta excesiva, sobre todo en su duración, dos horas y media a todas luces innecesarias para contar lo que cuenta. También es, por momentos, demasiado obvia, con una molesta tendencia al subrayado, a la par que previsible en lo que a su supuesta intriga se refiere. Pero, sobre todo, resulta demasiado referencial, aunque en los tiempos que corren es de agradecer que lo que se saquee sean obras literarias y no películas de hace menos de un lustro (aunque algo de eso hay también). Y es que el film de Verbinski podría resumirse como la fusión de las dos premisas de sendos clásicos universales: el novelón de Thomas Mann La montaña mágica (que se cita de forma explícita) y la novela corta de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas. No obstante, si de algo se muestra deudora la cinta que nos ocupa es del cine fantástico y de terror, así en general, empezando por esa inquietante melodía infantil que se escucha ya en los créditos iniciales y que muchos han relacionado con la de La semilla del diablo, aunque a mí me recuerda más a la de The Innocents, la versión de Otra vuelta de tuerca de Henry James dirigida por Jack Clayton... si bien este no deja de ser un parecido superficial. Más importante es la influencia de El resplandor, y no solo por los planos cenitales que siguen al coche donde viaja el protagonista a través de los Alpes suizos o por el indudable parecido de la actriz Mia Goth con la Shelley Duvall de entonces; y es que el balneario para pacientes adinerados y preocupados por su salud donde se desarrolla casi toda la acción recuerda poderosamente al hotel Overlook de la película de Kubrick.

Pero si hay un cineasta que vino a mi mente en repetidas ocasiones mientras veía la película, ese es Martin Scorsese... y no solo por Shutter Island, que también ocurre en un centro sanitario y donde se especula con el estado mental del protagonista (que encarnaba Leonardo DiCaprio, con quien Dane DeHaan, protagonista de La cura del bienestar, guarda bastante parecido): se puede pensar que Verbinski admira con verdadero fervor al realizador de Taxi Driver, y que con su escena del baile recrea la similar de La edad de la inocencia más que la original de El Gatopardo... aunque, ojo, porque lo que aquí se vende como una denuncia del culto al cuerpo como manifestación de nuestra obsesión enfermiza por la salud (un oxímoron este solo aparente y de lo más revelador), que va más allá de la hipocondría de toda la vida, se revela finalmente como una metáfora del mismo tema que también trataron Visconti y Scorsese en sus respectivos trabajos: la lucha de clases (al margen de otras escenas y diálogos más explícitos, el ascensor que lleva a la reunión de ejecutivos o las escaleras que descienden a los sótanos del balneario ya lo sugieren en distintos momentos del film). Otra posible cita del cine de este último lo hallamos en el mismo arranque, pues la idea del viaje del protagonista en pos de otro personaje con el fin de devolverlo a "la civilización" igual lo han rescatado de la reciente (y excepcional) Silencio y no del citado relato de Conrad y/o de su celebrada adaptación de la mano de Coppola en Apocalypse Now.

Como ven, no faltan referencias más o menos claras en una película cuyo mayor problema es que acaba dando menos de lo que promete: al principio parece querer jugar en esa liga del fantastique sustentando en la falta de concreción y la sugerencia inasible, el de filmes de los años 70 y 80 como Amenaza en la sombra, Picnic en Hanging Rock, El quimérico inquilino o En compañía de lobos (películas todas ellas superiores a esta)... pero finalmente se revela como un film mucho más convencional de lo que parecía ser en tanto que se muestra deudor sobre todo del ciclo de películas de monstruos de la Universal y la Hammer (un cine que en su día fue moderno y rompedor, claro, pero que hoy ya es clásico y canónico... sin que haya perdido ni un ápice de su valía artística por ello), cuando no de revisitaciones autorales del mismo por parte de cineastas de la decadente Europa como el italiano Dario Argento, el francés Jean Rollin o nuestro Jesús Franco. Y es que, como he leído por ahí que dijo un guionista de éxito en cierta ocasión, "puedes tener una gran mitología o puedes tener una gran historia. Es casi imposible tener las dos". En este caso, Verbinski parecía optar en principio por lo segundo, pero finalmente se ha rendido a los arquetipos de lo primero. No obstante, y aunque por mi parte entiendo, y comparto de forma parcial, algunas críticas negativas que se han vertido sobre el film, me rindo ante una cinta capaz de aglutinar todas estas referencias mencionadas (y algunas más) sin que el espectador profano detecte las costuras o necesite conocerlas para seguir la narración, además de no aburrir al personal con un metraje tan abultado. Por otra parte, quien no aprecie la belleza plástica de determinadas escenas y numerosos planos o, sin necesidad de concretar, del primer y mejor bloque del film (hasta la escena del accidente de coche), es que tiene la sensibilidad estética un tanto apolillada.

Por todo ello, aplaudo la condición de rara avis, de propuesta a contracorriente entre secuelas, remakes y otras modas imperantes, de La cura del bienestar; y a falta de comprobar cómo aguantará el paso del tiempo y nuevos visionados, cuenta de partida con todas mis simpatías. Eso explica que me haya extendido al escribir sobre ella con tanto entusiasmo y casi me haya olvidado de otro estreno reciente de carácter referencial (si bien este lo es por pura necesidad), y al mismo tiempo tan alejado en prácticamente todo del film de Verbinski, pero que dado su gran interés no quiero que pase desapercibido: me refiero a T2: Trainspotting, la secuela de la ya mítica película de Danny Boyle que, dos décadas después (¡toda una vida!), vuelve a dirigir este realizador británico retomando a los protagonistas de aquella y recurriendo a otra novela de Irvine Welsh, Porno, como excusa argumental de la que partir.

Vaya por delante que nunca he sido un fanático del cine de Boyle, y creo que el atractivo de su mejor película, Steve Jobs, reside más en el guion de Aaron Sorkin y en el trabajo de sus intérpretes que en su labor tras las cámaras. Tampoco entendí muy bien en el momento de su estreno el revuelo que armó la Trainspotting original, que vi entonces con una curiosidad satisfecha pero de la que nunca tuve la necesidad de revisar hasta el estreno de su continuación. Ahora, vistas las dos películas casi de seguido, me sucede una cosa curiosa, y es que Boyle y su equipo han conseguido que la original me guste más... y no por comparación. Me explico: no es que esta T2 me haya supuesto, como a muchos fanáticos de la primera entrega, una gran decepción; muy al contrario, no solo me ha gustado como película independiente de aquella, sino que la revisitación de sus lugares (los físicos y los que no) ha conseguido elevar y darle sentido completo a las peripecias de los protagonistas del film de 1996. Y es que ver T2: Trainspotting apenas un día después de revisar Trainspotting es como efectuar un viaje al futuro que ríete tú de la segunda aventura de Marty McFly y Doc Brown: la secuela actúa como una caja de resonancia amplificando el alcance de aquella al desvelar los proyectos siempre postergados y los sueños frustrados de Renton y compañía y multiplicando exponencialmente sus posibles lecturas... por no hablar de la pirueta metanarrativa que sugiere la última frase pronunciada en la secuela y lo emotivo de la escena inmediatamente posterior que enlaza con los créditos finales. Todo ello es, por supuesto, algo que solo se consigue mediante segundas partes tan postergadas como en este caso, y que me recuerda al díptico de Eddie Felson, el jugador de billar que encarnó Paul Newman en El buscavidas y que muchos años después retomó en El color del dinero... de manos de, mira tú por dónde, Martin Scorsese, que con aquel trabajo de encargo conseguía que la historia del film original de Robert Rossen tuviese todavía un mayor alcance, y eso que aquel ya era una obra maestra incontestable de por sí. Y esto me lleva a pensar que al final va a resultar que sí, que Scorsese es el director más influyente de nuestro tiempo, y aquel en el que muchos se reconocen o, como poco, se esfuerzan por reconocerse.

La cura del bienestar y T2: Trainspotting se proyectan en cines de toda España.

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