Apaga y vámonos

Recuperar la confianza

Por lo visto, al ilustre Sir Winston Churchill no debió irle muy bien en la escuela, especialmente en la asignatura de matemáticas, y de ahí que a lo largo de su vida se despachara en unas cuantas ocasiones contra la estadística, hasta el punto de definir dicha ciencia como un bikini –“muestra datos interesantes pero esconde lo realmente importante”– o de afirmar que sólo se fiaba de las estadísticas que él mismo había manipulado antes. Obviamente Churchill tenía razón, pues la estadística es la ciencia que dice que si usted se ha comido un pollo y yo ninguno, en realidad nos hemos comido medio pollo cada uno.
Así las cosas, podemos darle muchas vueltas a la trágica cifra de 3,1 millones de parados que ha alcanzado nuestro país una vez terminado 2008. De hecho, si en los tres años anteriores se crearon tres millones de puestos de trabajo –según Eurostat, el departamento de Estadística de la UE– y en el último se perdió un millón, el saldo de los últimos cuatro años arroja dos millones de nuevos empleos, lo cual no está nada mal. Y yendo aún más lejos, la misma agencia publicaba recientemente un informe que señala que, entre 1995 y 2007, se han creado en España 8 millones de puestos de trabajo, hasta alcanzar a día de hoy una cifra récord de 20,3 millones de personas empleadas, lo cual sería para tirar cohetes, máxime si comparamos dichas cifras con cualquier periodo anterior de nuestra historia, pues comprobaremos que España acaba de vivir el mejor ciclo económico que han visto los tiempos, una fase expansiva cuyo final no puede sorprender a nadie, y el que diga lo contrario miente. ¿Acaso no sabíamos que la economía es cíclica? ¿Acaso considerábamos normal que España podía construir y vender en un año más viviendas que Inglaterra, Francia y Alemania juntas? ¿Acaso pensábamos que los bajos tipos de interés iban a ser eternos? ¿Acaso no se había dicho, por activa y por pasiva, que la burbuja inmobiliaria acabaría explotando?

Dándole la vuelta a la tortilla, nos desayunábamos el otro día con una noticia que la mayoría de los medios ofrecía como positiva: “el ahorro de las familias españolas crece un 5%”. Valiente estupidez. La gente ahorra porque, visto el panorama, prefiere no gastar. Pero no gastar es sinónimo de no consumir, y si no se consume no es necesario producir. Y si no se produce, no se pueden sostener esos empleos. Y sin esos empleos, cada vez se consumirá menos, es decir, se producirá aún menos y se perderán más empleos. La pescadilla que se muerde la cola, alimentada a su vez por la naturaleza on-line de la puñetera crisis. La anterior, la del 93-94, nos la contaron –más que maquillada– por la única tele existente: la pro-gubernamental TVE. Ésta nos entra por tierra, mar y aire, 24 horas al día y 7 días a la semana, hasta minar el valor intangible que hace girar la rueda de nuestro sistema económico: la confianza.

Sin confianza, sencillamente, no hay futuro. Por eso, el mejor favor que podemos hacernos a nosotros mismos y al resto de nuestros compatriotas es, en la medida de nuestras posibilidades, mantener nuestro ritmo de vida y nuestros planes. Hacer ese viaje que teníamos previsto; comprar el coche que ya habíamos probado (¡menudos chollos hay ahora!); renovar la habitación del niño; cambiar el ordenador, que se nos está quedando viejo; seguir saliendo los sábados a tomar las cañitas, los montaditos y los gin-tonics de siempre… A algunos les sonará raro, pero si todos nos quedamos en casa quietecitos a esperar que escampe, tardará mucho más en hacerlo.

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