De recuerdos y lunas

Remembrar

Hace unas semanas, con los calores, trajimos a Azorín. La cosa sin saber bien por qué se nos fue por los insectos: Chicharras, tábanos y avispas. Hoy traemos al escritor de Monóvar para hablar de la tarea de remembrar que es hacer memoria. Remembrar. Del latín remorare. Rememorar. Recordar. Que es lo que aquí a veces pretendemos para justificar –"De recuerdos y lunas"– el título hernandiano de nuestros escritos de ahora.

Nos gusta mirar al pasado. A nuestro pasado. Esta obsesión se intensificó sobre todo cuando en el Carril vi hecha escombro y solar la casa donde nací, la casa de mi abuelo Mateo Amorós Tomás. Desaparecidas las cambras de mi infancia necesité asirme más que nunca a la memoria. Digo se intensificó porque mi memoria empezó a ser muy exigente, incluso insolente, antes: cuando viví la muerte de mi abuelo Joaquín y luego, mucho más, cuando la de mi padre, y cuando la de mi abuelo Mateo, y no digamos cuando la de mi madre... ¡Dios mío, cuánto lar! ¡Un puzle de cenizas!

Aferrándonos a la memoria quisiéramos no haber perdido ningún detalle de nada. Pero esto es imposible. Primero porque el presente y el futuro nos llaman de continuo y el olvido, contra lo pasado, algo vence. A veces todo. También porque el olvido nos cura de las cosas que dijimos que si nos pasaran nos moriríamos. Esas cosas que luego por desgracia nos pasan y no nos morimos porque las reciclamos en nuestra vida. También vence el olvido porque voluntariamente decidimos olvidar. En el capítulo I de "Madrid" escribe Azorín: "En el acervo copioso de mis evocaciones, separo unas y me quedo con otras. Y no sé si el cernido es bueno o malo. Desde el fondo de la personalidad, suben hasta la conciencia imágenes del remoto pretérito. Todo es silencio y paz. ¿No habré olvidado acaso algo? ¿No habré olvidado lo que tanto quise? Contra nuestra voluntad, a veces lo más dilecto se nos escapa. Vibramos de amor por esas cosas unos meses, un año, como si no hubiéramos nunca de olvidarlas, y ahora, al advertir tras muchos esfuerzos que las habíamos olvidado, abrimos los ojos con espanto, abochornados de nosotros mismos, y permanecemos un rato inmóviles..."

Así a quien escribe. Porque remembrar no es sólo decidir con voluntad qué recordamos y qué olvidamos usando el cedazo de la memoria, remembrar es sufrir la sensación de que algo se nos olvida, incluso algo importante: "lo más dilecto". Y nos sofoca descubrir que algo que en un momento quisimos perpetuar cardinal para siempre, quedó arrinconado al borde de la indiferencia, chapoteando en las aguas del río Lete.

Obsesos de la memoria agradecemos a Santiago Hernández, Santi, la mucha labor que hace para el recuerdo con su "Villena cuéntame" que quiere para todos. A nosotros nos ha servido en no pocas ocasiones para poner tramoya olvidada, escenario, a las vivencias. Si uno olvida lo vivido, no menos olvida los espacios. Y aunque duele mirar al pasado porque son muchos los huecos que uno descubre en su corazón y en sus geografías, vale la pena mirar. Cuando José Ibáñez Martínez, Soli, publicó su primer libro de fotografías antiguas acompañadas por unos textos muy oportunos de Miguel Torres escribimos en la revista anual "Villena" aquello de "Los pueblos que se rompen y la traición del tiempo" que el Soli, años más tarde, recopiló con errata titulando "Los pueblos que se rompen y la tradición (sic) del tiempo". Cuando el Soli publicó el primer libro que decíamos nos hizo llorar por lo perdido. Igual que ahora Santi con lo del cuéntame.

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