Vida de perros

Semana Laica

El paso por diferentes zonas de nuestra ciudad en estas fechas trae al inconsciente la llegada de la Semana Santa. Esto no viene marcado por la colocación de las tribunas, como ocurre en fiestas, ni por el estruendoso y chirriante sonido de los villancicos típicos de fechas navideñas. Aunque se trata también de un sonido, éste procede de instrumentos reales: de los tambores y las cornetas de las bandas, instrumentos que son templados al aproximarse estas fechas en zonas cada día más urbanas. Los tambores y cornetas, como los pasacalles acompañados con disparos de arcabuz, parecen llamadas de atención dirigidas a quienes prefieren el reposo en el hogar alejados de festividades que, en muchos casos, no comparten.
Sin intención, una vez más, de emular a Mateo Marco, diré que de mis recuerdos de niño apenas tengo grabadas unas cuantas imágenes de la Semana Santa. Imágenes como la de los nazarenos avanzando por la entonces calle General Mola, excusa que reunía a la familia en la casa de la yaya, en cuyo balcón y ventanas veíamos acercarse los pasos en un recogimiento infantil más incitado por el miedo que por la compasión (esa maldición católica). También conservo recuerdos del Encuentro –aunque ya entonces me entusiasmaba más el maratón encubierto que tenía como meta la desaparecida churrería del Tío Frasquito–. Salvada por este par de detalles, así como por las deseadas vacaciones escolares, la Semana Santa digamos que tuvo alguna relevancia para mí.

Del resto de estas vacaciones escolares me quedan los “desaparecidos” días de la mona (o del lagarto, que como buen niño cateto nunca entendí ni compartí). Me refiero a las excursiones a Bulilla, las Fuentes y las Cruces. A esta desaparición se le pueden justificar varios motivos que pasan por las salidas de jóvenes y no tan jóvenes a la costa o a la montaña. Pero particularmente en el año que nos ocupa podemos adjudicar nuevas reflexiones. Y pese a que estas hayan sido robadas de una conversación compartida con mi amigo Aureliano, en el que el líquido de los botellines de cerveza Sin subía y bajaba sin descanso, voy a ser yo quien las exponga. Y es que si ya el camino a Bulilla se vio un tanto ensombrecido por la cercanía de la Casa Rápida (véase “Álbum de cromos” de M. Marco, p. 153), ahora es mucho más triste andar con la cometa en medio de un polígono industrial. No menos desolación nos producirá este año intentar ajustar en el espacio de las Fuentes dónde quedaba la famosa casa hoy ya derruida, que aunque fuera como nos decían los mayores una trampa mortal, era la estampa viva de ese día pascuero. Y para finalizar y aun a riesgo de poner el dedo en la llaga (que viene al caso más bien después de Semana Santa por aquello de Santo Tomás), queda por advertir que nuestra merienda en las Cruces parecerá en realidad un picnic en una cantera, debido a los dichosos vertidos de escombros con los que se ha decorado el paraje.

¿Qué quieren que les diga? Ya desde el principio les aventuré que no obtendrían de mí muchas respuestas. No seré yo quien defienda una festividad religiosa, aunque sí creo que es importante no caer en el olvido de las tradiciones y costumbres. Tal vez haya que crear otras nuevas, qué sé yo, puesto que no está en mi mano inventarlas. Mientras tanto me parece obsoleto alentar a esta nueva y moderna sociedad a retomar la costumbre del Nazareno e intentar hacerla sentir culpable por su escapada lejos de unas celebraciones que no siente.

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