De recuerdos y lunas

Sobre una roca

Pasó San Valentín y no tuvimos ocasión para hablar del amor ni de los enamorados. Esa semana nos ocuparon las "Estampas villeneras" de José Guillén Hernández, libro que aunque lo creíamos terminado –y lo que es el libro obviamente lo está para deleite de los villenenses–, el autor y la miga que se le puede sacar a lo que se cuenta en él habrán de dar mucho más de sí. Tiempo al tiempo. Algo de esto dijimos en la presentación. Acto del que estoy agradecido por el calor de los asistentes y por la atención de los medios a las cosas que nos ocupan.

Que no se piense, por lo que dijimos de la frustración, que es un trabajo fracasado todo lo realizado para que "Estampas villeneras" vea la luz. El texto de Guillén se defiende solo, pero reiteramos que en él hay mucho hilo del que poder tirar. "Estampas villeneras" es un libro muy generoso en datos sobre las gentes, espacios y circunstancias de nuestro pasado. Pero además de todo lo que puede dar de sí el contenido, también está pendiente la tarea de honrar al autor. El autor, José Guillén Hernández, merece una biografía. No sabemos si será responsabilidad nuestra porque nunca nos ha gustado monopolizar proyectos de investigación. Más lo contrario, hemos animado y animamos a gente a investigar lo que nos preocupa para cotejar perspectivas. Demasiado solitario es el mundo del investigador para aislarse en un vis a vis entre historiador e historia. Siempre resultan mejor las mesas redondas donde ir contrastando documentación, suposiciones y conclusiones. Donde compartir lo apasionante del historiar.

Queríamos hablar del amor y tuvimos, luego y también, que volver a hablar del agua. Otra vez del agua. O peor, de la sed. Pero no nos importa que se nos haya pasado el día de los enamorados para hablar del amor porque gracias a Dios todos los días lo estamos. Todos los días son para nosotros San Valentín. En el amor, tememos la rutina; pero precisamente en nuestro caso, creemos que es esa rutina la que sujeta nuestro amor. ¡Qué bonito pensarán! ¡Parece hasta fácil! ¡Sí, qué bonito y fácil! Aun no siendo todos los días, días de gloria. Pero uno lo tenía claro cuando dio el paso que dio: "En las alegrías y en las penas. En la salud y en la enfermedad. Todos los días de mi vida."

No soy amigo de arrumacos. No me salen. Ni de flores. Ni de besos a todas horas. Ni de sorpresas. Y mucho menos de decir "reina". Aquí me tirarían de casa. Me gusta estar. Y sentirme acompañado. Quizás este sea el único reproche que le pueda hacer a mi matrimonio. Me ha desentrenado para la soledad. Cada vez sé menos estar solo. La vida familiar me ha desenseñado y me ha hecho torpe para los espacios sin compañía. Y porque me he desenseñado temo ahora –antes no– a la soledad. Y ahora toca que alguien diga la célebre frase de Campoamor, esa de que la peor tristeza es la de la soledad de dos en compañía.

Gracias a Dios no es mi caso. Para que no sea esta soledad de dos en compañía alimentamos la rutina de todos los días queriendo tener la prudencia del hombre prudente que edificó su casa sobre una roca haciéndola resistente contra la lluvia, los torrentes y los vientos; y nunca la insensatez del insensato que la edificó sobre la arena haciéndola frágil y ruina cuando la lluvia, los torrentes y los vientos. Esto –sobre una roca– es la Biblia: Mt. 7, 24-27. También, nuestra bendita rutina.

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