Escena 1
Desde el alzamiento del Movimiento, nuestra vida ha cambiado. El gris y el negro son los colores oficiales de la población. Los tonos prohibidos no pueden ser nombrados: vestir una prenda de la gama marcada supone arresto, interrogatorio y tortura.
El Documento Nacional de Identidad se timbra en el cuello de los recién nacidos. Todo habitante debe ser implantado: el Régimen inyecta un microchip en el ojo derecho que localiza y espía toda actividad del implantado de manera que, la única forma de evadir su alcance es vaciar la cuenca, lo cual es acusatorio. Europa queda demasiado al norte de los Pirineos y la ONU... hace mucho tiempo que dejó de ser fiable.
Los incendios forestales son subvencionados por el Gobierno. La quema de libros, arengada por el Ministerio de Doctrina. En los centros educativos sólo se imparte Religión Católica, Deporte, Historia Nacional, Geografía Ibérica, Lengua Gloriosa, Costura/Electromecánica (según sexo) y Principios Básicos de Obediencia o Supremacía, atendiendo a la casta del individuo.
La guerra fue dura; la derrota, amarga; la posguerra, dolorosa y la represión, feroz. Todos los ciudadanos se esfuerzan para que su pronunciación no denote el dominio de otras lenguas ya extintas: un ápice de acento no español puede ser denunciado y, como consecuencia, que tus huesos acaben en el fondo de un sombrío olvidadero. Los matrimonios son concertados por los padres al nacer. El amor no existe. El placer no existe. La sexualidad no existe. La homosexualidad ha sido erradicada.
Cualquier indicio de desviación implica penas que oscilan entre flagelación, castración y muerte, así como el escarnio público en todas y cada una de las sentencias. Los inmigrantes han sido deportados o usados como esclavos. Las religiones externas al Movimiento se han aniquilado. La juventud es obligada a permanecer conectada a la red del Ministerio de Lobotomía durante ocho horas diarias y el incumplimiento de esta norma es castigado con severidad.
Los vertederos se han convertido en campos de exterminio y sus huéspedes son obligados a alimentarse con la basura de las castas civilizadas. Nuestros parques naturales son ahora paraísos de hormigón y acero, donde la energía solar es transformada en química alimentaria. Aquí, en el campo de concentración, la vida es cada vez más difícil. Intentamos mantener una organización coherente, pero la falta de alimentos está socavando el ánimo de muchos compañeros. El número de suicidios empieza a ser elevado.
Avelino, Aurora, Juanjo y Bea trabajan sin descanso para que nuestra estancia aquí sea lo menos dura posible. Las palizas están a la orden del día. Experimentan con nosotros. Tuvimos noticias de la ejecución de Gabriela y López. Del resto no sabemos nada. Tenemos suerte de seguir vivos.
Escena 2
–Avelino, hemos de escapar.
–Pero, Señor Alcalde, aunque lo consiguiéramos, todas las carreteras están controladas por el Eje.
–Sí, pero no podremos resistir mucho más tiempo aquí. Hemos de huir. Acevedo está presionando para que se firme nuestra ejecución, aunque no sé por qué demonios nos mantiene con vida. Permanecer aquí se lo pondría más fácil, si cabe. Sería un suicidio colectivo.
–Debemos consultarlo esta noche al Consejo.
–No podemos esperar, Avelino. Mi idea es salir esta misma noche.
–¿Y se va a erigir líder por su cuenta y riesgo, Señor Alcalde? Le recuerdo que somos prisioneros de un sistema dictatorial, no se convierta usted en otro, aunque sea a menor escala, por ganar un poco de tiempo. Si escapáramos y el Ministerio de Limpieza nos apresase, no nos valdrían los Santos Óleos: nos torturarían hasta que suplicásemos la muerte, violarían a nuestras mujeres y nuestros niños les servirían como trofeos en sus cacerías. Todo lo que amo está en este campamento.
–Lo entiendo, Avelino...
–... pero no podemos hacer la guerra por nuestro lado. Necesitamos al grupo como el grupo nos necesita a nosotros. Esta noche plantearemos nuestro plan en el Consejo.
–Bueno. Lo que sí podemos hacer es preparar todo para la partida, ¿no?
Escena 3
–¿Por qué no mandas disparar ya, Roque?
–Porque sería demasiado fácil para ti, alcaldesito. Mira, ¿ves aquel humo? Allí está tu madre.
–Eres un enfermo.
–Te equivocas, soy un héroe para la Causa.
–La Causa... es sólo una excusa para hacer atrocidades.
–Creo que el hambre te está ablandando, alcaldesito.
–¿Cómo llamarías a vuestros métodos?
–Sacar la basura.
Se oyen detonaciones, gritos, disparos, ráfagas de ametralladora, confusión. Una explosión hace volar la puerta del cuchitril donde se interroga al alcalde y la silla en la que está atado cae hacia la derecha. Sus oídos pitan, pero ve cómo son derribados a tiros los dos sabuesos que estaban torturándolo. Entre el humo y el polvo, aparece una silueta femenina con una pistola en la mano. Acevedo intenta levantarse y es encañonado por dos fusiles milicianos.
–Lleváoslo, tiene mucho que contarnos.
–¡Levántate despacito y con las manos en la nuca, Rey del Mundo!
–¿Elisa?
–Tranquilo, toda esta pesadilla ha terminado.
El 27 de enero de 1945, las tropas soviéticas entraron en el campo de concentración de Auschwitz, al oeste de Cracovia. A la entrada, un gran cartel con la inscripción “El trabajo los hará libres”. Libres, estimado lector. Libres.
En el campo se retuvo a más de cien mil personas y se estima que se eliminaron unas seis mil personas al día. Sólo sobrevivieron unas veinte mil personas. Es atroz, ¿verdad? ¿Y por qué no aprendemos? Siria, Afganistán, Yemen, Irak, Sudán del Sur, Somalia… siguen habiendo matanzas en nombre de banderas, creencias o intereses, que muchos condenamos a través del silicio de nuestros teléfonos inteligentes.
No, amigo mío, no aprendemos.
No se apure, todo volverá a la normalidad en el próximo capítulo, pero ahora, si me permite, pondré en mi boca las palabras del filósofo George Santayana: “Aquellos que no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo”.