De recuerdos y lunas

Somos del agua

La diputada socialista Juana Serna, en respuesta al paisano Ernesto Pardo, ha dicho que no le extraña "que los ciudadanos estén hartos de oír 'hablar del agua', porque de verdad lo único que quieren es que el agua llegue." Así lo ha escrito en EPdV hace unas semanas. ¿Hartos?... En Villena, ni del agua ni de oír hablar del agua. Porque en Villena somos del agua.

Cuando se nace en una tierra en la que el agua es esencia de la tierra, no nos puede hartar el conversar sobre el agua. Cuando se crece en una tierra en la que nos han acunado mil y una noches con historias sobre una sierra preñada de humedades, a punto de reventar en pesadilla, el hablar de agua no cansa. Porque el agua es rumor de sueños en los que siendo del agua, somos agua. No nos cansa, no, el oír hablar del agua ni hablar del agua porque el agua, en Villena, forma indisolublemente parte de nuestra cultura. Porque el agua, en Villena, hace milenios, justificó junto con las sales el asiento en nuestros cabezos donde se tejieron telas vegetales y se moldearon cerámicas y tesoros enigmáticos. No podemos dejar de hablar del agua, porque allí donde ahora se excavan las termas, camino de Caudete, tuvo que ser también el agua que somos; como fue antes y después y siempre llenando los aljibes en Salvatierra vigía, labrando y puliendo la peña. No nos cansa oír hablar del agua, porque es el agua que glosaron viajeros árabes, viéndola caballera, al elogiar nuestras huertas y fuentes. El oír hablar del agua no nos agota porque el agua de la que somos fue paisaje para las cinegéticas cetreras de nuestro hábil señor don Juan Manuel, príncipe sobre un trono de letras.

No podemos estar hartos de oír hablar del agua porque donde uno ponga su interés histórico sobre Villena, allí brota el agua exigiendo atención y... Por ejemplo, Vinalopó abajo, resuenan eternos los pleitos centenarios entre Elda y Elche por las aguas sobrantes aquí de las que somos. Porque desde tiempos inmemoriales, decir agua ha sido decir disputa, pero también decir agua ha sido decir solidaridad contra la sed de los sedientos. Y porque somos de esas aguas que sacian la sed, de esas aguas de las que parece no querer hablar la señora Serna, somos solidarios.

Somos del agua y hablamos y hablaremos del agua porque en nuestra tierra el agua ha sido y es preocupación, como lo fue para los redactores de "El Bordoño" cuando, viendo la merma de los manantiales, acuñaron con tinta –otros lo hicieron con dinamita– el grito ¡Canal de la Muerte! contra lo que sintieron como expolio, comprometidos e ilusionados con esa tierra prometida, ese paraíso que aventuró, de aprovechar en el término las aguas, Amaro A. Morán, especialista en hidroscopia, en 1908. Morán puso la miel –el agua– en los labios de nuestros bisabuelos.

Es el agua la que nos llama porque somos del agua; esos paisajes y entrañas del agua, que ocuparon la inteligencia en los primeros estudios del profesor Sebastián García Martínez, siempre llorado. Porque el agua nos llama, porque somos del agua. Y porque somos del agua, no podemos dejar de hablar de ella. Diga lo que diga la señora Serna. Siendo del agua, somos agua. Y siendo agua, hablar de agua es hablar de nosotros mismos. Y necesitamos hablar de nosotros mismos –de agua– para poder seguir siendo. Y hablamos de agua porque nos reconocemos en el agua. Y reconociéndonos en el agua, cuando el agua no es, no somos. Así, nunca el silencio.

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