De recuerdos y lunas

Symphonia globulifera

Que Cristóbal Colón no fue el primero en llegar a América es verdad de Perogrullo. Cuando llegó ya había gente. Pero tampoco se pueden apuntar la preferencia los vikingos, ni los de Erik Thorvaldsson, más conocido por Erik el Rojo, ni los de sus predecesores Gunnbjörn Ulfsson y Snaebjörn Galti. De Ulfsson dicen que sólo avistó la costa de Groenlandia pero no la pisó. Le dio frío. ¡Y era vikingo! De Galti, que su intento de asentamiento en la isla "verde" fue un desastre.

Quienes descubrieron América, seguro que sin saberlo, fueron aquellos aleutianos cazadores recolectores nómadas que en la Prehistoria, desde Siberia, cruzaron hace unos 15.000 ó 10.000 años por el estrecho de Bering. Esto si aceptamos la teoría más común sobre el poblamiento del continente porque también se ha escrito sobre colonizaciones por el Pacífico. Esto si damos por descartadas las tesis del autoctonismo y la de la procedencia australotasmanoide. Que la primera defiende el origen del hombre americano en América; la segunda, la viabilidad de un éxodo desde Tasmania y Australia vía antártica. Y aún hay más teorías, pero yo no quería entretenerme en ellas porque antes que los hombres fueron las plantas.

Así la Symphonia globulifera, planta gutífera conocida vulgarmente por cerillo y otros nombres como el de leche amarilla o leche maría, éstos últimos debidos al látex que mana al cortar la corteza del árbol, goma que los indios utilizan o utilizaban para calafatear sus canoas. Pues bien, según un artículo que leemos, el árbol es originario de África desde hace cuarenta y cinco millones de años y hace quince millones que, al menos en tres ocasiones, cruzó el océano hacia el Nuevo Mundo, polizón en corrientes oceánicas. Y lo que importa ahora de la Symphonia globulifera es que su diversidad genética, según un equipo internacional de científicos, aporta claves para predecir los efectos del cambio climático. Concretamente, uno de los estudiosos, Christopher Dick de la Universidad de Míchigan (Estados Unidos), afirma que los cambios climáticos del pasado no supusieron una deforestación, que los árboles pueden resistir –y por lo estudiado resistieron– ciertos cambios. Preocupa entonces al científico la deforestación de hoy.

El profesor Juan Giménez Navarro, siempre atento a nuestras inquietudes, con constante frecuencia nos remite por correo electrónico vínculos y documentos que considera de nuestro interés. Así ha sido la semana pasada que, amén de un bombardeo ingente de legislaciones útiles para quienes trabajamos en la Enseñanza, esto si es útil cambiar lo que ayer mismo se cambió porque la Enseñanza se ha convertido en estos años en pasto de enfermizas fiebres legisladoras que tanto nos perjudican, amén de esto normativo harto variable y por tanto perjudicial, nos reveló la existencia del SINC (Servicio de Información y Noticias Científicas) donde se recogen artículos de interés, noticias, reportajes, entrevistas y muchas actividades más sobre diversas disciplinas científicas, tanto en el ámbito de las propiamente llamadas Ciencias como en el de las Humanidades, que también lo son. El vínculo es www.plataformasinc.es y está promovido por la FECYT (Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología) del Ministerio de Ciencia e Investigación. En ese vínculo es donde hemos sabido, entre otras muchas curiosidades, sobre la existencia del cerillo y su importancia para los estudiosos del cambio climático.

Sobre que el cambio climático sea o no sea, yo sigo con mis dudas manifiestas. Esto aun a riesgo de que el señor José Blanco, señor Vicesecretario General del PSOE (Partido Socialista Obrero Español), nos meta en el mismo saco que a Rajoy, Aznar y al primo de Rajoy. Que si tres eran tres, conmigo suman cuatro. Gato.

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