Escena 1
- ¿Dígame?
- Andrés, ¿te das cuenta de que lo importante es el poder?
- ¿Quién eres?
- Soy el que puede arruinar tu vida y la vida de los que te rodean.
- ¿Cómo?
- Lo que ha pasado con la Cooperativa Agrícola ha sido un pequeño ejemplo de lo que va a sucederte por haber traicionado al Ateneo.
- ¿Juan Roig?
- ¡Un momento, Andrés! Yo me ocupo. A ver si se entera de una vez, señor Roig: según han evolucionado los acontecimientos en las últimas semanas, podemos sacar la conclusión de que usted se muere por tener agarrado por las pelotas al pueblo llano. Quizá por eso, al enterarse de que se va a blindar el entorno natural de la ciudad y su yerno, que a los ojos de todos es un hombre de paja, no va a poder instalar su gran planta solar donde le plazca, ha decidido usted apretar donde más le duele al ciudadano medio: en el bolsillo. Usted, por medio de sus “empresas puente”, ha jugado con la estabilidad de toda una población que, en respuesta, ha cerrado filas en su contra. Por mucho que usted y su (imagino que) admirado señor Pérez, se crean poderosos, no tienen ni idea del potencial que tiene el populacho cuando está amenazado y, por eso se ha encontrado con una nueva Fuenteovejuna. Si los ciudadanos se unieran para no pisar ninguno de sus supermercados, usted tendría que comerse el céntimo que tintinea en su bolsillo, amiguete. Así pues, señor Roig, no le voy a dar ni una línea más en mi relato. No tiene poder para intentar amedrentar a mis personajes. Aquí, en El Ordenanza, usted es una grotesca caricatura, un personaje más. Un personaje que no va a volver a aparecer aquí, señor Roig. Usted no tiene poder. Usted no tiene nada.
- ¡Joder, David! ¡Qué sindicalismo! ¡Qué pena que el tipo haya colgado cuando se ha dado cuenta de la que le iba a caer!
- Si tú tuvieras que pagar el kilo de pan a once euros y, además, soportar a los fanáticos de Mercadona diciendo que “allí hay muchos productos, porque la hija del dueño también es celíaca”, estarías calentico como yo. Entre el SúperAmancio y el Salvador Sin Gluten me tienen hasta la gatera, López. Siento contradecir a Protágoras pero el hombre ya no es la medida de todas las cosas: ahora es su suprema estupidez.
- Ya… pues a ver de qué hablas ahora…
- Tranqui, ya se me ocurrirá algo. Por cierto, te está sonando el móvil.
- Un momento. ¿Sí? Sí, soy yo. Comprendo. Bueno, entonces… vale, iré en cuanto cuelgue. Muchas gracias.
- ¿Pasa algo?
- Ha habido un brote de ómicron en el ayuntamiento. He de ir a hacerme la prueba, aunque es casi seguro que somos todos positivos.
- Pues ya tenemos de qué hablar…
- El día que sea yo el que me ponga a escribir, vas a flipar, ¿sabes?
- No te quejes tanto y tira para el ambulatorio.
- Voy.
Escena 2
- Haga el favor de esperar fuera. Le llamaremos en un momentito.
- Gracias.
- ¡Señor alcalde! Me hubiera gustado encontrarle en otro lugar.
- ¡Avelino! Creo que de esta oleada no nos libramos ninguno.
- Era de esperar…
- Sí. Lo que no entiendo muy bien es que las vacunas no sirvan para…
- Déjelo correr, señor alcalde, que en este capítulo ya hemos tenido bastantes especulaciones, ¿no cree?
- Tiene usted razón.
- ¿Avelino Amorós Ugeda?
- Soy yo, señorita.
- Ha dado usted positivo. Debe confinarse y minimizar al máximo el contacto con las personas.
- Entiendo.
- Le llamarán de Conselleria para darle indicaciones y rastrear la cadena de contagios.
- Perfecto, señorita. Que tenga un buen día.
- Bueno, Avelino: siento la noticia. Vamos a pasar unos días sin vernos.
- Digamos que será por el bien de la humanidad.
- Todos deberíamos tomar su ejemplo.
Escena 3
- ¡Qué harto estoy de estar encerrado!
- ¡No te quejes tanto, que podría ser bastante peor!
- Claro, podríamos llevar una campanilla, como los leprosos en la Edad Media.
- Oye, ¿se van a hacer las Fiestas del Medievo?
- ¿Se van a hacer las Fallas de Valencia, Gabriela?
- Espero que seamos conscientes del peligro que se corre…
- ¿Peligro? ¿De qué? ¿De salir en Antena 3 como el pueblo en el que se lo saltan todo a la torera? ¡Que estamos en Spain!
- Pues a mí, lo mismo se me congelan las puntas de los dedos como al minuto me arden.
- ¡A ver si estás poseído!
- ¡Pues lo único que me faltaba!
- ¿Podemos empezar ya?
- ¿Tienes prisa, Juanjo?
- Es que tengo un bizcocho en el horno…
- ¡A ver!
- ¡Mira lo que ha crecido!
- Andrés, tu cámara no se ve.
- … es que… estoy en el aseo y…
- ¡Arggggg! ¡No des detalles!
- No los he dado: me los has pedido tú, alcalde.
- Juanjo, ¿por qué no se ha desescombrado todavía el derribo del edificio de los maestros?
- Porque entre las navidades y el coronavirus, la empresa no se ha podido poner a ello.
- ¡Pero tío! ¡Los chiquillos llevan ya quince días en clase!
- ¿Qué quieres que haga?
- ¡Que espabiles, que para eso cobras!
- ¡Joder! ¡Empiezas el año a tope, alcaldesito!
- Si queremos que la cosa funcione, habrá que poner toda la carne en el asador…
- ¿Quieres decir que no la hemos puesto?
- Quiero decir que hay que ponerla, Andrés. ¿Cómo va lo de la calle Rosalía de Castro?
- La empresa ya ha presentado la documentación en el ayuntamiento.
- ¿Y?
- Pues que está en el ayuntamiento.
- ¿Pero la has leído?
- No. Para eso están los técnicos.
- ¡Así va el país! Gabriela, ¿cómo va lo de las subvenciones deportivas?
- No sé, alcalde. Me duele mucho la cabeza…
- ¿Hay alguien en el equipo de gobierno que cumpla con su trabajo?
- Estamos en Spain, ya sabes…
- Sí. Anda, lleva cuidado de que no se te queme el bizcocho.