El Ordenanza

Terra nullius

El Ordenanza. Capítulo 151

Escena 1

  • No sé por qué hemos tenido que venir a Alicante hoy, Clara.
  • Para ver las hogueras, Juanjo.
  • ¡Pero si estamos en la playa! ¡Con lo poco que me gusta la playa!
  • ¡Ay! ¡Qué soso eres a veces!
  • Soso no. Me da asco la arena… ya sabes…
  • Pues a tu hijo le encanta.
  • Ha salido a ti, Clarita.
  • ¿Sabes que esta arena proviene, seguramente, del Sahara?
  • ¿Y por eso me tiene que gustar?
  • No, claro. Sólo intentaba darte conversación.
  • Lo siento, no pretendía parecer borde.
  • No lo eres. No te gusta la playa, eso es todo.
  • Gracias, cielo.
  • ¿Quieres que te cuente lo del Sahara?
  • Claro…
  • Existen verdaderas mafias que trafican con la arena del desierto. Es una verdadera tragedia para nuestro planeta. Siempre hablamos de los animales en extinción: el GRAN RINOCERONTE BLANCO, las abejas, la tala indiscriminada en el Amazonas…
  • ¡Diez campos de fútbol al día!
  • Sí. Es horrible… pero nadie se acuerda de la tierra que pisamos.
  • ¿No te has preguntado nunca por qué no hay abedules en el desierto?
  • Yo, la verdad, tampoco. Sería inviable, ¿verdad?
  • Sí.
  • Cada ecosistema tiene sus propias características y su propio suelo…
  • Podríamos decir que sí.
  • Entonces, ¿por qué traen arena de otro ecosistema? La arena del Sahara está preparada para estar en el Sahara. No tiene nada que ver con la de aquí. Traerla es comparable a traer el mejillón tigre a nuestros embalses, por no decir que, con ella, viajan millones de animalitos que pueden causar un desastre ecológico. Y, todo para que nos podamos tumbar en el Postiguet y que juegue el nene. ¡Es de locos!
  • No me había parado a pensarlo…
  • ¡Y lo más macabro es que, los destinos de “sol y playa” generan el setenta por ciento del PIB del turismo en España!
  • … me ha despistao lo del nene, cariño. Me he perdido…
  • Juanjo, las playas españolas y las de muchos otros países, necesitan regenerarse cada cierto tiempo. Nos quedamos sin arena y, cada diez años, como máximo, hay que reponerla. Así que, la importamos… y lo hacemos mal. En el desierto, la arena mide menos de un milímetro mientras que aquí, puede llegar a dos. Se debe a que allí, el viento sólo puede mover ese tamaño de grano y…
  • Perdonad, chicos. Creo que todo esto que estáis hablando está muy bien, pero se nota a la legua que está sacado de la wikipedia.
  • ¿ … ?
  • ¡ … !
  • Sí, sí. Me parece un peñazo.
  • ¡¡ … !!
  • XD
  • No me pongas esa cara, Clara. El capítulo es aburridico.
  • ¡¡¡ F*”@tj<RP&%U(jH/Q!!!
  • Sí, sí, lo que tú digas. Mira: ahora, en la segunda escena, te voy a contar lo que me ha pasado mientras escribía vuestra conversación.

Escena 2

Resulta que, aunque hoy el día ha amanecido nublado y se esperaban cambios en las temperaturas, en casa hacía un calor terrible y hemos decidido salir a escribir a la ermita de San Bartolomé de Campo de Mirra. A escasos 50 metros de nosotros, se erigen las abatidas ruinas del castillo que vio firmar al Jaume I de Aragón y al Príncipe Alfonso de Castilla, el Tratado por el que se repartían las tierras que avistaban y muchas que no, cosa que dio que hablar en aquel momento y en otros posteriores. Sobra decir lo amplio del paisaje. No dudo cuál fue el motivo que les llevó a firmarlo allí.

Nos hemos sentado y nos hemos puesto a escribir. Aunque el cielo lleve todo el día encapotado, el lugar es idílico. A lo lejos, más allá del Morrón, comienza a vislumbrarse una tormenta de rayos, truenos y centellas, pero está a lo lejos. Nos hemos lanzado a uno de los abanicos que forman las ventanas del merendero… y digo abanico porque se ha levantado un viento que amenazaba con traernos el espectáculo cerca. Ha sido muy emocionante ver avanzar hacia nuestra posición el ejército de agua precipitada sobre Cañada, subiendo por el glacis hasta la ermita. Las nubes garabateando, entretanto, delicados cerezos japoneses que, en un soplo, aparecen como feroces dragones… y, alguna disipada nubecilla que forma corazones de viento concéntico en la tarde. Abrazados. Encantados. Románticos. Sobrecogidos.

Se nos ha ocurrido llevar las cosas al coche, para que no se mojase nada y, cuando hemos regresado al techado, se estaba organizando La Mundial (o, al menos, así lo iba anunciando la sinfonía de truenos que acompañaba al espectáculo de luces y sombras que representaba el cejudo avance de la tormenta). La lluvia ha llegado antes de que hayamos podido ver cómo descendía sobre el cerro de Les Penyetes y nos envolvía entre viento fuerte-moderado y lluvia en contra.

Un rápido vistazo nos ha llevado a estar seguros, dado que la estructura del tejado es sólida. Debe datar de los tiempos de Francesc Camps, más o menos. Hemos encontrado cobijo en la columna nordeste y nos hemos apostado allí. El viento ha arreciado y las gotas nos golpean horizontalmente cada vez que nos asomamos a intentar ver el ojo de la tormenta. La adrenalina de sentir el fragor de mil batallas cayendo y desbaratando, al menos, tres lonas de la pérgola ante nuestros ojos.

Nos hemos abrazado para protegernos y optimizar al máximo el pequeño espacio y flipar como pepinos con la que se había liao en un momentico. Yo estaba “¡Dooooooobeh!” y Mimi se ha agarrado a un saliente y eso nos ha dado confianza (gràcies un altra vegada, Francesc) y hablaba y decía “es impresionante” o “esto también pasará”. Me ha reconfortado y me he sentido seguro.

Hemos pensado en el coche y hemos descartado que estuviera en peligro, pese al escaso granizo que ha sido propulsado. Me temblaban las piernas por la postura y sentía hormigueos en los dedos de las manos, no sé si por la adrenalina o por la cantidad de voltios y decibelios que se liberaban sobre nuestras cabezas y, casi con la misma prisa con que ha llegado, la tormenta nos ha atravesado y se ha marchado a impresionar a otros humanos. Nos ha hecho reír. Ha sido muy Stendhal.

  • ¿Has acabado?
  • Más o menos…
  • ¿Y ahora qué hago yo con lo de la arena del Sáhara?
  • … no sé… como el capítulo se llama Tierra de nadie y estábamos en Campo de Mirra y eso… me ha parecido que tenía… ¿relación?
  • Ya, pero hay que ir acabando y, lo mío, también me parece importante.
  • Ya… lo siento.
  • No pasa nada: ha sido entretenido.
  • Gracias. Oye, ¿qué te parece si lo cuentas la semana que viene?
  • ¿Cómo?
  • Que, por lo que me va a costar, os pago una semana de vacaciones en el Meliá.
  • ¿Qué dices? ¿Estás loco?
  • ¡Qué va, Clara! ¡Es fácil! Espera y verás:

… CONTINUARÁ.

(Votos: 5 Promedio: 5)

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