De recuerdos y lunas

Trapero

La muerte está en el orden de las cosas —lo recordaba el abate Pierre en el último libro que le leímos, "Dios mío... ¿Por qué?". Y el abate se nos murió el pasado 22 de enero. En París. A los noventa y cuatro años. Y su muerte ha pasado casi desapercibida porque exige contar su vida. Y la vida de este sacerdote nos incomoda por ser vida contracorriente: renuncia a la herencia, reparto de sus propiedades a los necesitados, miembro de la Resistencia francesa en una Francia rendida, diputado que invierte su sueldo en la fundación de los Traperos de Emaús para ayudar a los pobres...
Los que buscamos asentar la fe de nuestros padres, alimentamos nuestra inquietud con algunas lecturas religiosas. Nuestro espíritu es como la caldera de las antiguas locomotoras a las que hay que echar carbón o... ¡Más madera! Si no, la máquina se para. El año pasado fueron dos las lecturas religiosas que recomendamos a algunos amigos. Una, la que hemos dicho del abate Pierre; otra, "Por qué soy cristiano" de Marina. El libro del abate es un librito donde Frédéric Lenoir recoge reflexiones del peculiar sacerdote. Testimonios de un nonagenario lúcido y claro.

Para el abate, la finalidad de la vida es aprender a amar. Cuando habla del deseo, en este mundo donde el deseo nos tiraniza, recuerda la importancia de aprender a desear, lo determinante que es saber orientar los deseos hacia lo que nos hace crecer. Cuando concreta sobre el deseo sexual es sincero, recuerda que fue una de las cuestiones que tuvo que superar cuando decidió su vocación. Pero optó por el celibato, que entiende desde la disponibilidad total del sacerdote; si bien, encuentra razones para comprender el matrimonio sacerdotal. También, el abate Pierre defiende el sacerdocio femenino. Sincero heterodoxo, lo que llama la atención de este hombre fiel es la exposición razonada y sencilla de su creencia, vivida desde la libertad. Porque se es libre de creer o no creer —nos dirá. Sinceridad y claridad en la exposición ante cuestiones actuales. Así, cuando reflexiona sobre el "matrimonio" homosexual, declara: "Les dije que la palabra 'matrimonio' estaba demasiado profundamente arraigada en la conciencia colectiva como la unión de un hombre y una mujer como para que pudiera, así como así, de la noche a la mañana, utilizarse el mismo término para una pareja del mismo sexo. Esto crearía una fractura social y una fuerte desestabilización. ¿Por qué no utilizar la palabra 'alianza', igualmente bella y menos estrictamente marcada por el uso social?" Y cuando le preguntan sobre "El código Da Vinci" y la posible relación sexual de Jesús con María Magdalena, en vez de poner el grito en el cielo, pone la palabra en la tierra. De ser cierta esa relación, que él no ve en los Evangelios, su fe no cambiaría porque su fe se basa en la plegaria. Y añade, que de haber sido, cabría en Jesús como Verbo encarnado. Jesús, hombre, sentiría el deseo. Pero el que lo satisficiera o no, no altera su fe. Pierre nos lleva hacia una fe sencilla, alejada de las cosas que la empalagan. Peleó por evitar la deshumanización de María porque la María histórica no podía ser ocultada por una Mariología que en ocasiones la deshumaniza.

Cuentan que el pequeño Henri Grouès, nombre del abate Pierre, decía que sería misionero, bandido o marino. Yo creo que lo ha sido todo, sin exclusión. Marinero por los océanos penosos de la miseria. Misionero desde su sacerdocio comprometido. Y, sin duda, algo de bandido bueno también hubo en este viejo padre que nos ha sabido rejuvenecer.

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