Apaga y vámonos

Una casa de putas

Al final ha pasado lo que tenía que pasar: que todo ha saltado por los aires y nos hemos enterado de que el ambiente de trabajo en el edificio anteriormente conocido como Casa de la Cultura es cualquier cosa menos bueno. Pero no se engañen, que esto no es cuestión de un día ni de un trabajador, sino que el problema viene de lejos.
Yo me atrevería a decir que la ex Casa de la Cultura dejó de funcionar el día que su director, Pepe Ayelo, dio el salto definitivo a la política activa. Desde entonces, y durante la época del tripartito, la cosa funcionó casi por inercia, aunque bien pronto comenzaron a producirse solapamientos de programación entre la Kaku y el Teatro Chapí, situación totalmente incomprensible y reiteradamente denunciada desde las páginas de este EPdV, especialmente por Andrés Leal, al que le hierve la sangre contemplando la deriva en la que navega la “cultura” local desde hace ya varios años.

Después, con la llegada del PP a la Alcaldía y Paco Abellán a la concejalía de Cultura, la cosa ha ido a peor, y no se me confundan. Por supuesto que pienso que hay lagunas en la gestión, que el PP no apuesta por la cultura tanto o en la línea que a mí me gustaría o que Abellán puede andar algo perdido en este cometido. Pero para eso están los técnicos y los funcionarios, para suplir esas carencias y poner su experiencia y conocimientos al servicio de una institución pública cuyo correcto funcionamiento debe beneficiar al pueblo en la medida de lo posible, no para hacer de su capa un sayo y convertir la Kaku en un cortijo donde el escaqueo, la falta de compromiso y el nulo respeto por el trabajo, por los compañeros y por los superiores están a la orden del día.

Y eso es lo que está pasando desde hace ya demasiado tiempo. Salvo honrosas excepciones –también hay funcionarios válidos en la Kaku, no se crean–, los “trabajadores” de la Casa de la Cultura se agarran a un clavo ardiendo para no realizar su trabajo, se amparan en no sé qué derechos sindicales que no son más que patrañas de vagos para no dar un palo al agua, practican “mobbing” entre ellos y boicotean a quien no es de su cuerda ni acepta afiliarse al sindicato de turno, trapichean con las horas extra (una cosa es predicar la creación de bolsas de trabajo para parados y otra bien distinta dar trigo, empezando por ellos mismos) para llevárselo crudo a fin de mes y rechazan toda autoridad, venga del concejal responsable, de la alcaldesa o de Cristo que baje del cielo.

La conclusión es que la Casa de la Cultura es en realidad una auténtica casa de putas donde nada funciona como debería y donde da auténtica grima trabajar por culpa del mal ambiente que han creado unos cuantos “trabajadores”, “compañeros” a los que yo pondría de patitas en la calle si tuviera la más mínima ocasión, porque se están riendo en las narices del pueblo que les paga el sueldo sin que nadie tenga el valor de ponerles donde auténticamente se merecen.

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