De recuerdos y lunas

Una castaña

Por desintoxicarme un poco del agua que tantos desvelos nos lleva, fue por mayo cuando dándome una vuelta por diversas páginas de curiosidades de las ediciones digitales de los periódicos –de líquido a líquido– me tropecé un martes y trece con la absenta. En la edición digital de El Mundo, desde Berlín, Carlos Álvaro Roldán titulaba: "Alemania 'rehabilita' la absenta, la inspiración de los modernistas".

A pesar de que el artículo venía ilustrado con un anuncio de Pernod Fils –"Vieille Absinthe Francaise fabriquée en 1913"– en el que un señor de pelo blanco vestido para la hípica o para la caza del zorro sostiene una copa que mira y remira, cuando oigo la palabra absenta vienen a mi cabeza tres imágenes. El orden e intensidad de éstas es caprichoso. Según ocasión. Una de las escenas es alguna tarde en la Vila Joiosa. Aquellas de cuando trabajaba en el instituto de Campello y me escapaba con los compañeros Isabel y José a tomarnos algún nardo cerca de las murallas de la ciudad mediterránea. Esto después de detenernos a mitad de camino a contemplar lejana la grandiosidad del Puig Campana. Aquellos nardos, y también alguna mentireta que otra, luego los reviví con Jaume, el profesor de Valenciano. Esto ya viviendo en la Vega Baja y Jaume haciendo en ocasiones de hospitalario anfitrión en su Vila del alma.

La segunda imagen es –y no la puedo evitar– el célebre cuadro de Degas: "La absenta. En el café". Una mujer en soledad amarilloverdosa y marrón. Que se diluye en un ambiente de luz. Ida. Espiritosa hacia un más allá. Espiritosa es como solían apellidar a estas bebidas. Bebida "espiritosa". Bebida "espirituosa". Esa mujer que parece que no espera a nadie sino sólo a quien, una y otra vez, rellene su copa. Como durmiendo. Melancólica de tedio. En torno a esta imagen me llega todo el París capitaneado por Toulouse-Lautrec. Ese París cuyos frutos embutieron primero en el Jeu de Paume y después llevaron a Orsay donde ahora sólo se toman trenes silenciosos con destino a los lienzos donde juega la luz. Los guardias de Orsay dicen que alguna noche se oyen alegres cancanes hasta la madrugada por la salas del Museo. Que nunca han logrado apreciar nada más que ruido y colores que estallan en luz. Que los siguen entre pabellón y pabellón pero no dan con el origen. Aunque sospechan de La Goulue o de Jane Avril.

La tercera imagen que me viene al pronunciar absenta la he dejado para el final porque es la más familiar. Bueno, la hemos dicho al principio, en el título, pero la explicamos ahora. "Una castaña" era lo que ponía en una botellita que teníamos en la cocina de casa. Era como una reliquia. Y mi madre me explicaba que era de absenta. Y que la absenta era una bebida muy fuerte. Que podía llegar a tener hasta noventa grados. Y que la habían prohibido. Y que había hecho estragos en muchas casas. La maldad de la absenta se atribuía a los efectos de la neurotoxina tujona. Esto no me lo decía mi madre porque ella no sabía de químicas. Esto lo he sabido leyendo el artículo que hemos dicho y otros.

No sé por dónde parará la botellita pero mi madre tenía entre los cachivaches que decoraban su cocina una botella de absenta de Ricardo Menor y en la etiqueta ponía "Una castaña". Siempre estuvo allí. Como recuerdo de un pasado. Y yo la miraba con misterio intentando ver en su líquido verdoso esa hada que dicen que pretendían encontrar quienes la bebían. Hada o diablo.

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