Vida de perros

Va la buena

Me confirma vía telefónica, más tarde birra en barra, que esta semana nos cruzamos por última vez –al menos en semanas, meses, años– con el bueno de Andrés Ferrándiz Domene. Muchos de aquellos que han puesto rostro al suyo todavía desconocido, ya le ofrecieron unas líneas de despedida en estas páginas. Yo, quizás más prudente, quizás más incrédulo, quizás más perverso, esperé hasta que quedó confirmada la despedida. Por no quedar como un tonto diciendo repetidos adioses a quien todavía no marchaba, esperé el adiós definitivo. Y aunque podía parecer que tras su marcha quedaba su halo o su reflejo, o su último legado a lo largo de las posteriores tres semanas, ahora sí desaparece para renovarse, para dejar paso o para gandulear en el silencio del que surgió como aquel otro lo hizo del frío.
No voy a utilizar dulces, melancólicas o acongojadas expresiones, puesto lo que tengo que decir acerca de él, él bien lo sabe. Del mismo modo conoce, como ahora lo harán ustedes, mi opinión sobre su marcha. Y esta opinión está más lejos del agradecimiento que de la condena. No me alegra que te marches, Andrés, pero tampoco me apena: llegarán otros y cubrirán mejor o peor el hueco que dejas. Sí, lo que hiciste antes se hizo, y se continuará haciendo. Tú éxito: frescura y mala leche, el hacernos creer débil cuando eras fuerte, el hacernos creer inocente e ignorante siendo cruel, egoísta e incluso algo intolerante. Diste voz a quienes no la teníamos, a quienes padecíamos la fiesta o huíamos de ella; y reflejaste como nadie una verdad universal, esta sí y sin peros: que Villena vive únicamente por y para su Gran Fiesta.

Críticas más duras harían o haremos otros, pero sin la gracia y el salero, sin el aceite necesario para hacer correr el material amargo garganta abajo. Imagino que queda para el resto continuar el camino, más que el del humor, el de la crítica constante y necesaria, la crítica constructiva dirían otros. Pero poco espero que quede tras la risa: la verdad tras la bajada del telón suele ser fría y olvidadiza, demasiado chocante para afrontarla seriamente. Tras el embelesamiento, tras la magia, es obligatorio el distanciamiento, la reflexión sobre la verdadera materia. Ni tan siquiera aquellas notas que tocaste sobre la Semana Santa sonaron lo bastante fuerte para ser oídas sobre las risas. Consecuencia suficiente como para no tomar parte en rencillas de actualidad –si se puede llamar así a muchas de ellas será por su vigencia, no por su antigüedad– que evidentemente te hubieran restado adeptos más que ganado afectos. Si obviaste temas sobre los que indudablemente es necesario opinar y ridiculizar, no se te puede echar en cara, aunque los echáramos de menos. Pero reitero que tenida en cuenta la discusión obtenida tras algunos de tus comentarios más escabrosos, o sea ninguna, poco sentido tendría ofrecer discordia sin recoger más que tempestades, sin conseguir tan siquiera alguna reflexión. Aunque por otro lado, falta nos hacían ironías sobre estos escenarios cubiertos de brasas, algo nos da, eso sí, nuestro compañero Andre al respecto cada semana. Y es que en esto del humor cada uno tiene su terreno y busca aquel en el que puede defenderse y manejarse.

Pero tocan ya las trompetas de la despedida y toca decir alguna palabra amable, para que el huésped, ahora viajero, tome su camino con valentía y sin remordimiento. Las mejores palabras para quien se marcha son siempre las que desean el regreso, las que anhelan de nuevo el encuentro. Esas son las que te dedico: ¡Hasta pronto! Recupera fuerzas, piensa siempre en esta tierra que dejas, recuerda a quienes te esperan…

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