El Volapié

Valenciano y burro negro

Llevamos cincuenta y tres volapiés, cincuenta y tres artículos, cincuenta y dos columnas más la especial de Fiestas. Treinta y dos mil palabras a lo largo de este año y pico de vida de EPdV, que han dado para mucho. En algunas ocasiones hemos logrado la estocada en la cruz, en otras nos han devuelto el toro al corral y en la mayoría hemos pasado sin pena ni gloria, lo cual no es poco. Al hablar en plural me refiero a mi columna y a mí, que el periódico ha conseguido poner la pica en Flandes cada semana sin excepción, marcando un hito en la historia del periodismo local, y el que venga atrás que arree.
En realidad la semana pasada fue nuestro cumpleaños pero he preferido esperar hasta estos días que ahora llegan para celebrarlo junto con la festividad del 9 de octubre, fecha en la que mi sentimiento valenciano reluce a flor de piel. Me emociona nuestro hecho diferencial, nuestra identidad histórica, la cuatribarrada y nuestra lengua internacional. Sólo de pensar en la bandera de Jaime I recorriendo las históricas calles de Valencia se me saltan las lágrimas; sólo al recordar cuánto tiene Villena que agradecer a Valencia hace que me enorgullezca de ser valenciano. Yo creo que Valencia ya debería cuestionarse la independencia, pues es una pena que tanta grandeza resulte enturbiada por la mediocridad española, al igual que pretenden los pobrecitos gudaris vascos y los separatistas catalanes, gallegos, andaluces, baleares y canarios, enumerados por orden de entrada en boxes. Sería estupendo que estos territorios se independizaran cuanto antes para permitir que en otras zonas, como por ejemplo la provincia de Alicante, pudiéramos declarar con orgullo nuestro sentimiento Europeo, Español y Alicantino, dentro de la legalidad constitucional y sin perjuicio de que los disidentes pudiesen ejercer cuantas acciones considerasen oportunas.

¿Se imaginan que el día de la Hispanidad algún zumbado sacase en procesión una bandera nacional?, una de esas que según la Constitución es el símbolo supremo de la Nación y que se compone de una franja amarilla entre dos franjas rojas con la mitad de anchura respecto de la primera… ¿Cómo lo llamaríamos?

¿Qué les parecería a los europeos que en Francia o en Alemania, por ejemplo, estuviesen equiparados los conocimientos de castellano con el ejercicio del doctor? Es decir, que en unas oposiciones o concurso de méritos fuese obligatoria la acreditación de conocimientos a nivel medio de un idioma minoritario, y que además esto tuviese tanto valor como un doctorado. Los franceses o los alemanes, por ejemplo, no lo tolerarían. Mientras tanto en Villena nos hemos tragado que los conocimientos de valenciano se supravaloren con los del español o los de cualquier otra lengua europea.

Lamentablemente no voy a poder explicar el sentido del villenerísimo refrán que da título a este artículo de hoy. En primer lugar esto es debido a la falta de fuentes con solvencia y a que las explicaciones obtenidas han resultado algo dispares. Aunque la verdadera razón es que habría proporcionado material suficiente al juzgado de guardia para enchironarme. Que en estos momentos resultaría impune declarar desde esta tribuna mi afecto por los soldados de ETA y mi solidaridad en la justa lucha de estos pacifistas, pero me estaría jugando unos tres mil euros por atreverme a expresar un sarcasmo contra la autonomía valenciana, porque en este país, antes llamado España, los partidarios de la Unidad Nacional somos lo peor de lo peor.

De nuevo me veo en el mismo trance. Un año más las lágrimas caen sobre las teclas y me impiden continuar escribiendo. La emoción ha podido conmigo.

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