De recuerdos y lunas

Vertientes

A la resaca festera la espabilaron los truenos. Y sucedió de una vez lo que tantas veces nos advirtieron nuestros abuelos. Sucedió que saltó la rambla Conejo reivindicando márgenes y luz. Aire. Y las tapas del alcantarillado, escupidas o vomitadas, volaron como discos al cielo. Y bailaron valses acuáticos los contenedores de los desperdicios. También, días más tarde y donde antaño el puente de Madrid y la acequia que llevaba el agua de las antiguas fuentes y del antiguo lavadero hacia la huerta, se abrieron las entrañas de la tierra mullida por las humedades para zamparse con sosiego una hormigonera. Que yo la vi como entretenida en boca de boa perezosa. Ahíta. Y me dicen que los eructos se oyeron por la acequia del Rey, camino del Carrizal hasta la casa Zúñiga, cercana ya la Colonia de Santa Eulalia. Hubo lamentos sin desgracias personales. A Dios gracias. Pero muchas materiales.

Cada vez que se derraman con violencia estos aguaduchos, la sombra de todas las tragedias habidas por los siglos de los siglos en estas tierras de aluvión –donde "la pluja no sap ploure"– o en otras como Biescas (Huesca), vienen a mi cabeza alocándola con llantos idos de catástrofe. Las fotografías que han colgado los lectores en diferentes páginas web, los espectaculares vídeos colocados en esa ventana indiscreta de You Tube —Maadreeee... Mira, mira, mira, mira. Mama. Mira ven la poza reventando. ¡Qu'exagerao! Parece un géiser. Uhhhhhh (...)—, todas estas imágenes, por desgracia, ya no nos pillan de sorpresa. Conociendo de siglos el comportamiento de las aguas en avenida por el Alto Vinalopó, los efectos de cada tempestad no nos sorprenden. Acaso, sólo despiertan nuestra curiosidad por ver cómo responden los nuevos obstáculos que colocamos al agua desde nuestra irracional prepotencia urbanizadora.

Cuando vivíamos en Villena.net, poco después de la tromba de agua del 14 de junio de 2004, dedicamos un artículo a las ramblas urbanas. En él hay fotografías de la plaza de la Virgen anegada que se confunden por iguales con las de ahora en la plaza de la Virgen anegada. En él recogíamos la descripción de los efectos de la inundación de 10 de marzo de 1899 en la calle Circo –hoy calle Pintor Juan Gris– donde, en 1899, el agua penetró hasta medio metro en las casas. En él, hay memoria desordenada de algunos acontecimientos de inundación de los muchos que podríamos enumerar en Villena. Aquel artículo lo terminábamos afirmando que "en Villena hay calles que no son calles, sino vertientes."

Pero lo de vertientes no lo decíamos por gusto literario, sino tomándolo de un documento fechado en Villena el veintidós de junio de 1932, redactado para evaluar los daños producidos por el pedrisco y la lluvia torrencial de 19 de junio de ese mismo año. En este documento que se conserva en el Archivo Municipal de Villena, certificado por don Vicente Soler Hernández como Aparejador Titular de Obras del Ayuntamiento de la ciudad, se citan como vertientes las siguientes calles donde se concentran las aguas: Paseo Chapí, Sancho Medina, Joaquín Costa (hoy Escultor Navarro Santafé) y Gil Osorio, apuntando el nombre de las diferentes calles que como ríos las nutren y, calle por calle, la cuantía de los daños a reparar.

Nada nuevo bajo el sol, entonces. Y si tiramos para el campo y la huerta, lo mismo. Los documentos, siglo tras siglo, repiten arroyada tras arroyada los mismos topónimos de siempre que nos permiten cartografiar los llanos y los hondos de inundación, que nos permiten delimitar el riesgo que no atendemos. Despreocupados de las ramblas, al final resultará, todo, cosa del cambio climático.

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