Estación de Cercanías

Vientos del pueblo…

“Me llevan, vientos del pueblo me arrastran”-. Vientos que llenaron a Miguel Hernández de poesía y que quisimos conocer en la tierra donde los inhaló por primera vez. Y así, tirando de colegas, amigos en este caso, recurrí a Mateo Marco, mi compañero y vecino de escritura, y pasamos el 19 de marzo en la Orihuela natal del poeta, tierra que desde hace algunos años acoge a Mateo y a su familia. Vaya en primer lugar nuestro sincero agradecimiento a él, a Mari Carmen, a Carmen y a Teresa, por acogernos en su casa con la naturalidad que solo la buena gente sabe impregnar en el trato, por ser especiales anfitriones y por compartir con nosotros su tiempo festivo robado a la familia.
La vida de Hernández es una vida marcada por la mala suerte, negrura vestida de tardanza, de llegar siempre antes o después del momento preciso, de un ansia por ser poeta que le desbordaba de igual modo que su talento, vida corta, excesivamente corta que se quedó en la cárcel de Alicante a la espera de la ayuda amiga que nunca llegó, mejor dicho, que llegó cruel en una epístola que conminaba al poeta a renunciar a sus ideas, carta de puro compromiso que solo sirvió de sosiego a la mano que la escribió, y que fue para el oriolano la grama contra la que apretar los dientes.

Es interesante comprobar cuan va creciendo la figura del poeta del pueblo conforme te acercas a la humilde morada que fue su hogar, la cuadra de sus cabras y el huerto de su higuera. A su vera, un edificio que reza “Centro de Estudios Hernandianos” te sitúa en la grandeza de la figura y los esfuerzos de su pueblo por perpetuar su nombre y su obra. Y la historia reciente, si es bien conservada, y Villena tiene mucho que aprender del significado de esta palabra, se puede respirar fresca, así la esquina donde la lectura de la espléndida Elegía a su amigo Ramón Sijé, y los muchos edificios religiosos que, guardianes de su infancia y juventud, todavía impregnan el ambiente de incienso, humedad y poeta.

Así que fue sencillo sentir ese viento que lo llevó a Madrid como epicentro del todo cultural de la época, que fue para el poeta experiencia vital, sencillo, porque Orihuela sí aprendió la diferencia entre recuperar y destruir, cualidad que no la exime de tener, a la margen derecha del río, una ciudad moderna que ofrece todo tipo de posibilidades al ocio y al trabajo, y ese es el recuerdo que me traigo de esta localidad de la Vega Baja del Segura, capital de lo religioso y cuna de un escritor más que recomendable, que supo levantar la barbilla ante la opresión ideológica y ser coherente con palabras y obras, aun incluso a costa de su vida.

Pero, paradojas de la vida, los que acudimos a ella a sentir los lugares del poeta, fuimos a su vez viento del pueblo para nuestro anfitrión, que a nuestra protestas por su generosa invitación a la comida y la seguida gratitud condicionada a una cena pendiente, nos respondió –“gracias a vosotros por traerme Villena”–. Así, los que fuimos a impregnarnos de historia, nos convertimos en voces que llevan noticias del pueblo, pues a pesar de la cercana lejanía de la distancia, condicionada por un hoy que siempre relega la visita a mañana, el donde has nacido es una parte de nosotros que adormecida en otros lugares y la vida cotidiana tejida en ellos, vive agrietada en seca tierra esperando las gotas de agua que alivien su sed. Lo único que lamento, Mateo, es la suciedad del agua que llevamos.

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