Vida de perros

¿Villena-Alcorcón?

Hemos podido ver a la vuelta del fin de semana opiniones y discusión sobre los hechos acaecidos en el madrileño municipio de Alcorcón: violentos incidentes y agresiones protagonizados por grupos organizados de jóvenes españoles que se manifestaron para luego ir en busca –y derribo– de supuestas bandas latinoamericanas llamadas Latin Kings a las que estaban cansados de “aguantar”.
Pero digo yo que algo se debería oler en la ciudad, algo se debió intuir a lo largo del día, incluso a lo largo de los días previos; algo así como ocurre en cualquier película debió vivir la ciudad: cielos oscurecidos, un intranquilo silencio, calles vacías, tensión, grupos cuchicheando, miedo… No creo que nadie, ninguna persona adulta, estuviera tan lejos de aquello que ocurriría, que ninguna interceptara uno de esos SMS de convocatoria, que nadie intuyera, supiera, consintiera entonces, lo que ocurrió.

Quizás aquí, cuando en la mañana del sábado nos encontramos con la Cruz que preside la explanada del Santuario de las Virtudes en el suelo hecha pedazos, no podíamos haber supuesto que algo así podría ocurrir. Pero así fue: como si hubiéramos vuelto a aquellos lejanos tiempos de barbarie donde cuadros, imágenes y crucifijos fueron violentados en un impulso de imposición y venganza, de resentimiento. No es el caso, al menos no lo creo. Quiero pensar que se trata de un acto violento aislado, que poco o nada tiene que ver con ideologías, sino que proviene de otros oscuros lugares del cerebro, incluso de un cerebro colectivo. El vandalismo representa una llamada de atención, y puede que incluso un malestar con ciertos aspectos de la organización social, de lo que nos toca: nada que pueda justificar, seguramente, los actos realizados, pero que pueda ayudar a comprender los motivos y comprobar la extensión del problema.

En los últimos años, también lo hemos notado en nuestra población, ha habido un incremento de cursos y charlas que nos puedan ayudar a comprender los intereses y problemas de nuestra juventud, y a conocer los métodos apropiados para realizar intervenciones en el ámbito de la juventud. Se presuponen estos conocimientos y técnicas a quienes han recibido dicha instrucción y, cuando son contratados por la ciudadanía, por el ayuntamiento, se presupone también la puesta en práctica de tales actualizaciones en nuestro entorno. Desgraciadamente sabemos que no nos encontramos con una situación tan adecuada como debería suponerse. Nuestro departamento de juventud, nuestra Concejalía de Juventud sería más apropiado decir, no dispone de suficiente presupuesto ni de infraestructuras que le permitan realizar los análisis pertinentes y confeccionar así programas adecuados para intervenir en el ámbito que tratamos. Apenas contamos con una Oficina de Información Juvenil, algunas actividades puntuales –muchas de ellas desaparecidas tras un par de ediciones, véase el Vibra, anterior Musicanet– como viajes, concursos de narrativa, algún concierto; poca o ninguna colaboración con la Concejalía de Cultura, quién anda suficientemente ocupada con el mantenimiento y programación de sus dos edificios; mínimo contacto con la Concejalía de Educación, menos desde la llegada de la extensión de la UA y su consiguiente apropiación de los malogrados CAV; y el trato necesaria con la Concejalía de Bienestar Social, con quien realiza campañas de prevención a través de la Unidad de Prevención Comunitaria de drogodependencias tipo + fiesta – drogas.

Como es obvio, la atención que dedicamos a nuestra juventud (salvando claro está el grito a favor de un Centro de Ocio como panacea a los problemas juveniles) es más que pobre. Presupuesto, personal, espacios, proyectos… Serán temas que continuaremos analizando en esta Vida de Perros en futuras entregas con la intención de llamar la atención sobre tales aspectos y de sus consecuencias.

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