De recuerdos y lunas

Villena entera

Nos agarramos hoy, para contradecirla, a una expresión que el concejal Antonio García Agredas utilizó en una de sus intervenciones en el pleno de 28 de diciembre. Largo pleno. García Agredas, en esos momentos en los que abandona los papeles y queriendo poner punto final a su discurso y buscando ese punto final que no termina o no quiere terminar de encontrar realiza largos meandros con las palabras que improvisa, se refirió a que "Villena entera" estaba allí, que la Villena entera se había hecho presencia en el salón municipal de Plenos. Será por esto que no cabíamos.

Pero nosotros no lo vimos ni vivimos así. Porque lo que nosotros vimos y vivimos en el largo pleno, y sobre todo en los puntos más decisivos, no fue una Villena entera, sino una Villena partida, una Villena demasiado dividida que difícilmente puede casar sus trozos porque las líneas de ruptura, aquellas que en el origen del roto todavía podían encajar, se han vuelto romas por el desgaste derivado de las fricciones y de las cerradas posturas. Villena, pues, no estuvo entera en el pleno del día de los Inocentes.

Precisamente, en este pleno donde se tomaban decisiones de mucha trascendencia para la población, en vez de emerger la Villena unida, emergió la Villena dividida que más nos duele. Pero no nos quedemos sólo en el dolor. Por un lado, el pleno tuvo gloria. Al margen del contenido de sus discursos, la intervención en los plenos de ciudadanos sin concreta afiliación política que sepamos, como fue el caso de Fernando Velasco, Andrés Martínez Espinosa, Enric Pastor y quienes también intervinieron al final, al margen insistimos del contenido de sus discursos, el hecho de que quepan voces sueltas en el foro público municipal más representativo es loable. Porque esto es voz que se devuelve al ciudadano, porque esto es voz que se da al ciudadano para que el ciudadano particular o en representación de algún colectivo, más allá de la exclusiva intervención de sus representantes legítimos, diga lo que piensa o lo que quiere de cosas de la ciudad. Esto por un lado que nos satisface. Por otro lado, la actitud de gentes que acudieron al pleno con ánimo de bulla y que con esa actitud estuvieron a punto de cerrarlo, ensombrece lo que ha de ser el normal ejercicio de la libertad de expresión que –verdad de Perogrullo– ha de ser ejercida con libertad, sin presiones, sin interrupciones; sin que un aliento vociferante apague o quite cualquier voz. Si esto no nos lo creemos –y por lo visto hay gente que no se lo cree– mal va la cosa porque, cómo voy a rebatir o comprender al otro si no escucho ni dejo hablar al otro. Lo dicho, de Perogrullo.

Quienes acudimos al pleno no por el morbo de la tensión política sino por escuchar y apoyar con nuestra presencia –sólo con nuestra presencia– alguna de las intervenciones y de paso escuchar –sí, escuchar– a aquellos con los que no estamos de acuerdo, y quienes en otros tiempos en los que disponíamos de más tiempo aprendimos yendo a los plenos el funcionamiento democrático de la corporación municipal, no nos agrada ver convertido el salón en un estadio tomado por hinchas radicales. Tampoco en estreno teatral con una claque obediente. Entendiendo sí, que más allá del estricto reglamento caben algunos aplausos o abucheos al final de una intervención, pero con la brevedad que exige un respiro. Sin más alharacas ni espantos. Sin interrumpir.

De lo tratado, tiempo habrá para hablar. De momento, un adelanto: No me gustan los sitios donde atan las sillas.

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