De recuerdos y lunas

Vinilo

Nos hemos hecho perezosos para muchas cosas. Entre tantas, nos hemos hecho perezosos para escuchar música en los elepés: Saca el disco de la funda, quítale el papel o el plástico, limpia cuidadosamente el polvo de los surcos en el sentido contrario de las manecillas del reloj, revisa que la aguja esté también limpia de polvo y... Si respetas el orden, pincha primero la cara A, pincha luego la B. La comodidad del CD nos ha hecho gandules, nos ha acostumbrado mal porque lo metes y si le das a "repeat" es, olvidándote, música sin parar.

Cuando los primeros radiocasetes reversibles nos pareció la bomba porque sus vueltas y revueltas era el infinito de música. Hoy el vinilo, salvo para lo disyoqueis de la música que lo labran a capricho adelante y atrás jugando con las revoluciones, ha pasado a la historia. Igualmente las casetes que sobreviven en mi coche y en algún loro de bajo precio que aún utilizamos en las clases de idiomas. Por ello, acostumbrados a las comodidades del CD, la cara de un LP o de una casete se nos hace demasiado corta. Es verdad que había algunos platos que tenían un artilugio para ir sirviendo los discos como emparedados e incluso hubo algunos más sofisticados que leían o que daban la vuelta para reproducirlo sin necesidad de cambiarlo. Pero aun siendo el no va más fueron adelantos que no cuajaron del todo y tenían fama de estropear los discos.

Escuchar un LP en estos tiempos de gigas y megabytes da pereza. Un admirador de Camilo Sesto llevaba el otro día toda su discografía en un bolsillo y con espacio para varios libros de budismo y parapsicología que me enseñó. También fotografías de su mujer, de su suegra y de su perro. Una colección de almanaques pornográficos. Y, en alemán, un vídeo de atropellos urbanos que me abstengo de comentar por escabroso. El aparato era un mp4 y todo lo que contenía, menos las fotos familiares, me pareció bazar de bar cutre de carretera.

Es verdad que frente a esa capacidad de container, por no decir de carguero transatlántico, el LP de nuestros amores se nos ha quedado muy corto. Pero pese a su humilde capacidad confieso que es uno de mis placeres en verano el escuchar música en plato cumpliendo el ritual: Sacar el disco, limpiarlo bien, revisar que no haya polvo en la aguja y pincharlo. Mientras lo escucho, me recreo en la carátula y, si las tiene, sigo las letras, miro y remiro la funda. Además en el LP uno se encuentra con el goce de un sonido más trabado, con más cuerpo. Esto compensa su brevedad comparada con lo interminable de las nuevas tecnologías. El sonido es mucho mejor, a pesar incluso de los picados que suelen caer justo en el fragmento que más nos gusta. Quizás porque ese fragmento fue el que más escuchamos. Aun el picado, lo que nos daba pereza se convierte en delectación.

El sonido es mucho mejor. Y lo afirmo ahora con más seguridad recordando la confirmación técnica del paisano Vicente Martínez que un día en el J.J., oficina de tantos amigos, me dio una lección documentada que no recuerdo bien porque soy muy malo para las tecnologías, pero que confirmó lúcidamente mi sospecha. Vicente me corroboró con mucha ciencia lo que yo sentía sólo por el oído. La sospecha que yo tenía es ahora firmeza. Y por hoy me despido, que es el atardecer y apetece, mirando mar, "461 Ocean Boulevard" de Eric Clapton... "Give me strength", "Please be with me", "Let it Grow"... En vinilo.

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