De recuerdos y lunas

Viva la República

Cuando escribimos el título, lo hacemos intranquilos. Cierto sentimiento de criminalidad, nunca sentido para otros asuntos que aquí hemos traído, parece que se instala entre los dedos que, más que nunca, dudan antes de pulsar cada tecla al escribir: V-i-v-a-l-a-R-e-p-´-u-b-l-i-c-a. Porque este grito que debería ser un grito de pacífica y demócrata alternativa política –como otras– parece sonar a delito. Porque hay palabras tabú en la Historia de España: Federalismo, República... La experiencia frustrada, su fracaso, las ha convertido en innombrables. Y además, en el caso de la República se ha limitado, no sabemos si con malicia, su campo semántico y cronológico.

Nuestros jóvenes no sabrán Historia pero, por las razones que sean –entre ellas la de no saber Historia–, cuando dicen República sólo dicen izquierda socialista, comunista, anarquista... O peor: izquierda violenta, chusma, quema de iglesias y de conventos, guerracivilismo... Igualmente se limita, y en esto todavía no hemos andado lo suficiente, el concepto España al vincularlo en exclusiva con la derecha por haberlo monopolizado o vindicado en soledad, al tiempo que la izquierda se baña de nacionalismo regional y folclórico abandonando el prístino espíritu internacionalista y, también, aquel discurso orgulloso que desde la izquierda española decía "España" y "español".

Por razones que sospechamos interesadas se ha borrado de España la tradición republicana alejada de la revolución radical. Aquella tradición republicana que desde perspectivas racionalistas, ilustradas, incluso burguesas, reivindicaba un régimen más acorde con los tiempos. El encaje de bolillos que hay que hacer con la Monarquía, en contra a veces de los más básicos Derechos Humanos –atiéndase por ejemplo el asunto de la sucesión al trono todavía por resolver habiendo ya pañales de por medio– demuestra lo extemporáneo de una institución que acaso ya es guirnalda y, nos tememos que cualquier día, sólo será papel cuché. Esto si ya no es sólo eso: "Corazón, corazón". "Aquí hay tomate". No le quitamos mérito a la Corona de España cuando analizamos los años vividos desde la Transición. Pero que no se le niegue menos mérito a la sociedad española en el mismo periodo. Si el "¡Viva el Rey!" en la Transición ha de debilitar el protagonismo responsable de unas generaciones de españoles, no puedo gritar "¡Viva el Rey!" porque siento que le han robado algo a mis antepasados.

Lo políticamente correcto de un momento no debe esquivar nunca otras posibilidades políticas. No debe adormecer alternativas que también se revelan válidas para la organización de los Estados. Que el balance de la experiencia republicana en España hasta ahora nos deje un sabor malogrado, no debe asesinar estos anhelos políticos sentidos honradamente por algunas personas. Frente a temores, todo nos parece más sencillo cuando pensamos que, al cabo, lo que nos importa es que el Estado sea siempre aquello que los ciudadanos quieran que sea. Sin desmemoria, pero sin lastres. Sin olvidos, pero tampoco que los recuerdos pesen en el andar. La República que hoy queremos homenajear es –matizando todos los peros que se quieran matizar– la República de Castelar, o la de Salmerón, o la de Joaquín Costa, o... O, sin irnos tan lejos, la que quisieron muchos escritores locales que blandieron sus plumas en el periodismo republicano local. La República que valoramos tiene otra fecha distinta al catorce de abril, la República que queremos rescatar del olvido colectivo es la de once de febrero, aquella que en 1873, agotada la vía monárquica tras la abdicación de Amadeo de Saboya, parece que llegó porque tenía que llegar. "Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra patria." —Esto dijo Castelar entonces. Saludémosla.

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