Calle Mayor

A 41 grados

Hace falta valor. Pero sobre todo toneladas de ilusión como las que Villena demostró sobradamente el 5 de septiembre de 2016, para poner en marcha una Entrada multitudinaria, con más de once mil personas implicadas en una jornada con alerta por calor y a una temperatura de 41 grados a la sombra. A eso se llama ser festero. Llevar las fiestas en la sangre. Y no hay otra explicación.
En Villena lo tenemos muy aprendido. Que el día 5, a las 4, en la Losilla. Y si hay gota fría, pues se le planta cara. Tenemos experiencia de ello. Y si nos sofoca una ola de calor, se afronta. Al mal tiempo, buena cara. Y la de los villeneros el día 5 es la mejor.

Nadie que no pertenezca a esta cultura festera, nadie que no lleve la fiesta de moros y cristianos en los genes, que no sepa lo que es vibrar con una banda de música pegada a los riñones, con un cabo de escuadra cómplice levantando la espada, nadie que no tenga en su código genético preparadas las respuestas a tales estímulos, puede entender nada de nada de lo que se cuece, lo que se siente, lo que se goza y lo que se padece tan a gusto un día 5. Festivo o laborable. Lluvioso o sofocante.

Y cuán diferentes son las formas de sentir y de vivir la fiesta, o de no sentirla ni vivirla, según las circunstancias personales. Hay personas que no viven la fiesta, no la llevan en la sangre, no se emocionan con ella. Siempre se ha comentado que hay muchos villeneros que lo son de nacimiento y de sentimiento que eligen las fechas de las fiestas patronales para salir de la ciudad, para viajar, para relajarse.

No es de este tipo de casos de los que quiero hablar, sino de otros, llamémosles, ‘agnósticos’ de las fiestas, que no sienten ni padecen ni empatizan lo más mínimo con lo que sucede en las mismas. Como una imagen vale más que mil palabras, permítanme un ejemplo icónico vivido durante las pasadas fiestas de Hogueras de Alicante para constatar cómo, no tan lejos de nuestra ciudad, en la mismísima capital de la provincia, los hay verdaderamente descreídos.

Pues bien, al calor de la celebración, el alcalde de la ciudad vistió sus galas festeras en numerosos actos oficiales. Y luciendo la imagen con su traje oficial compareció en numerosos medios de comunicación. Inmersos como estamos en la era de las redes sociales, en la que todos somos capaces de opinar y hasta sentar cátedra sin que nadie nos lo haya pedido, no tardaron en surgir comentarios tan impresentables como el de los que se preguntaban, y fueron muchos: “¿Pero de qué va disfrazado?”.

¿Disfrazado?
Podrán decirme que la pregunta no era inocente, sino retórica. Que la ironía partía de la crítica desde el posicionamiento político. Sería mucho presuponer. Nunca, y digo bien, nunca, a un alcalde de Biar, Onil, Castalla, Elda o Petrer, a un alcalde o alcaldesa de Villena, caso de lucir los colores de una comparsa, osarán preguntar tal desatino. Ni siquiera sus más claros adversarios.

Un paisano, sea del partido que sea, o un vecino de la contorná, sea de la población que sea, podría preguntar de qué va vestido, aludiendo a qué formación pertenece. Que para ironizar sobre su gestión ya buscarán argumentos más o menos acertados en una Retreta o lugar para el chascarrillo. Dispararán con otros dardos. Pero en ningún caso emplearán armas tan peregrinas. Porque se da la circunstancia de que en nuestra geografía festera no nos disfrazamos, nos vestimos. Y eso lo mama el bebé desde su más tierna infancia.

Por eso somos capaces de desfilar a 41 grados, de aplaudir un desfile durante siete horas seguidas con una sensación térmica de entre 35 y 40 grados. Por eso algunos, antes de llegar las incineraciones, querían pasar a mejor vida vestidos con sus mejores galas.

Mientras en Villena nos vamos o nos quedamos, desfilamos o no desfilamos, participamos o no de la Romería, sin que cualquiera de las opciones suponga saltarse el respeto por la celebración, no muy lejos de aquí hay otro tipo de ‘fiestas’ que, lejos de haber calado en los genes, provocan estupefacción de según quién. No es maldad. Sólo ignorancia. Ya lo dijo Lope sobre el amor. Sólo quien lo probó lo sabe. Quien no, ni lo imagina. Ni lo sospecha. Y todo esto, al final, no esconde más que mucho amor.

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