El Volapié

Ángel Carratalá

Nuestra incomparable provincia –que bello y defenestrado concepto– no es especialmente taurina por razones obvias. Al no ser tierra de toros no es tierra de toreros, pero para no haber sido en absoluto tierra de toros no ha sido nada malo el balance de toreros.
Desde los toreros alicantinos más conocidos como las dinastías Manzanares y Esplá, el mano a mano impresionante entre El Tino y Pacorro, el maestro Gregorio Tébar El Inclusero, Ángel Flores El Mejorano –que tomó la alternativa en nuestra plaza–, Emilio García El Lince, Manolo Carrillo, Juan Rivera, Manolo Molina, Ramón Escudero, Francisco José Palazón, El Renco, Eugenio Pérez y una buena reata de novilleros como Rafelet, Rafael Cantó, Planitas, Joselito Ibáñez, Reyes Cañero, Manolo Amorós, Javier Bordalás, Daniel Palencia, Luis Galinsoga y los villenenses Paco Medina, El Majarra, Calabuig, Jerónimo Forte El Morito, hasta Genaro Álvarez –nieto de este último– y el valiente Raúl Bravo. Algunos han quedado en el tintero pero que ninguno de los lectores crea que me he olvidado del único muerto por los ruedos de Dios, pues es el que da título a esta columna.

Mi amigo Manolo Berenguer El Tigre, me ha regalado un libro que editó la Obra Social y Cultural de la Caja de Ahorros Provincial de Alicante en 1982, escrito por el crítico alicantino Antonio Ruiz Belda Toñuelo y titulado Vida y muerte de Ángel C. Carratalá, grandeza y tragedia de un torero alicantino.

Este novillero nació el 9 de mayo de 1903 en la conocida calle Bazán de la capital, fue bautizado en San Nicolás, estudió en los Salesianos siendo muy buen estudiante y devoto de Mª Auxiliadora, haciendo gala a lo largo de su corta vida de ser Antiguo Alumno de Don Bosco. Pertenecía a una familia acomodada y fue torero por generación espontánea, vistiéndose de luces por vez primera en Alicante el 8 de julio de 1922 alternando con Francisco Calatayud Cortijano y dejando tan buena impresión que allí comenzó su carrera. Se presentó con picadores un par de años después y en 1926 por fin vino a torear a Villena –aprovechando una sustitución del alcoyano Andrés Coloma Clásico– el día de San Pedro y San Pablo una corrida mixta alternando con el eldense Román Muntaner. Carratalá tuvo una actuación sin pena ni gloria y como además sufrió un percance de leves consecuencias, la Taurina Villenense intervino para que la empresa lo repitiera el 31 de octubre de ese mismo año en el festejo de cierre de la temporada, así como en la corrida inaugural de la siguiente temporada -con fecha 10 de abril- resultando el triunfador con salida a hombros. A partir de ahí, la plaza de toros de Villena fue un coso de obligada visita para el diestro, quien repitió triunfo al año siguiente por partida doble y comenzó a hablarse para que pudiera tomar la alternativa en la corrida de fiestas de 1929. Lamentablemente murió el 28 de julio anterior en la plaza de toros de Inca, en las astas de Saltador y a cambio de 3.500 pesetas.

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