Vida de perros

Aquí no hay quien viva

Discúlpenme el título, pero si bien la popular serie “robó” a nuestro diccionario de expresiones la anteriormente citada, ahora parece que sea yo quien se la levanta al dichoso serial cómico. Discúlpenme también por disculparme, puesto que viene a ser tan costumbre comenzar estos circunloquios con tal solicitud como el de referirme a ustedes con el, en ocasiones eufemístico, tratamiento de “queridas personas”.
Discúlpenme también aquellas personas a quienes parecen molestar los pensamientos ajenos impresos en papel, si bien yo no les disculpe, no por celo o arrogancia, sino por ser ajeno a sus molestias y tenerlas poco, nada, presentes en mis cavilaciones. Llegarán, esperan –y somos más los que lo esperamos–, otros tiempos y traerán otras flores (disculpen ahora esta inclinación a decir gilipolleces).

Vengo a traerles, como tantas otras veces, apariciones más o menos virtuales –cibernéticas, internáuticas, de Internet, vamos, de los foros de opinión–. Apariciones, opiniones y revelaciones que pese a su anonimato no dejan de provocar reflexión –en ocasiones mayor que la del propio forista– pues se presuponen termómetro del “¿Cómo está el patio?” y que pretenden, en su mayor parte, que exclamemos ¡Cómo está el patio! Y aunque vienen a ser jerigonzas en unos casos, y testamentos lapidarios, contradictorios e ilegibles en otros casos (uno en concreto), también reúnen otros casos que proporcionan verdaderas reflexiones que destacar y tener en cuenta. Y vuelvo entonces a enfatizar como en aquella ocasión la aportación de estas personas al diálogo y el discernimiento. A las actitudes que se alejan del tema del patio, para encaminarse al camino del “entonces, qué”. Aportaciones que comienzan, parece, a no estar de moda de cara a Aquello del 27 de mayo. Y es que si las finalizaciones de obras y demás las achacamos a los fines políticos, a la búsqueda de votos, a la renovación del poder, me pregunto si muchas de las manifestaciones y actitudes del otro lado no buscan precisamente lo contrario (o lo mismo: ganar unas elecciones). Y si miramos con vileza la actitud primera, la tomamos como engaño, como aprovechamiento de las circunstancias, será también cierto que disculpamos dicha actitud porque en cuanto a la clase política se refiere asumimos que en el fondo tal es su tarea. Proponer, realizar, finalizar proyectos, con vista a cuatro años. Vendernos las nuevas propuestas, afianzar nuestra confianza con los proyectos finalizados y asegurar el progreso con los que están en marcha.

Qué ocurre en el caso contrario, cuando alguien que se supone fuera de los campos expuestos, los colores políticos, vincula sus objetivos con fines políticos: ¿El fin justifica los medios? Si la prostituta te llama al pasar por la calle a su lado (perdonen el ejemplo) no es más que la obligación de su oficio: uno va con ella o no va; otra cosa es que ganando beneficio con su trabajo, uno no lo diga y se dé a conocer alejado de tales lances. O para no andarme por las ramas: que una persona esté o no a favor de un proyecto no la vincula a ningún camino político –no quisiera hoy, ni creo necesario traer a la exposición, tratar el tema del voto de castigo–, y si quien la representa se vincula (vinculándola así) no hace más que traicionar la confianza y los objetivos de sus asociados. Y no digo que tal hipótesis absolutamente imaginaria suceda en nuestra ciudad, es tan sólo un pensamiento que me llegó en mitad de la mañana, al que tenía que dar escape. Un pensamiento, como tantos otros, que ahora comparto con ustedes por si les sirve. Un pensamiento al que quizás, quizás sí, no hay que hacer demasiado caso.

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