Vida de perros

Arrojadlos a las pezuñas del populacho

Si es que no tenemos razón, aunque nos empeñemos cerrilmente en tenerla. Aunque neguemos con tanta terquedad como ceguera nuestra culpa. No queremos escuchar, no atendemos a razones. Y así nos va. En la deriva de un mar, qué digo mar, un océano más grande que cualquiera de nuestros mapas, condenados a una penitencia impuesta por nuestra propia torpeza: vagar sin rumbo, agotar nuestros músculos para seguir un camino que conduce a ninguna parte. Pero, ¿quiénes somos para erigirnos como líderes de nuestras vidas (menos todavía de las que no son nuestras)? ¿Qué sabemos? ¿Lo suficiente como para levantarnos en rebeldía contra quienes sí saben, sí manejan, sí tienen, sí influyen? No. Lo cierto es que no.
De modo que debemos escuchar más y hablar menos. Acaso no es cierto que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Sí. Tanto como para tener que esclavizarnos con uno, dos, o tres cargos para poder pagar nuestros desmanes; pregúntenle a Dolores de Cospedal si no. Acaso no hemos aplaudido los grandes fastos. Sí. Y apenas hubo algunos susurros agoreros que alertaban de las penurias y el caos que llegaría si las “cosas” se torcieran. Acaso nadie ha trabajado en negro, en B, ha eludido algún impuesto tal y como nuestra raza política ha hecho para poder pagar sus caprichos. Caprichos sí, llámense quisquillas o yates de lujo, caprichos. Y acaso la austeridad no llega para todos y todas: menos días de vacaciones, menos diamantes, menos carne en la compra semanal, menos Guchi, menos caña y tapa, menos bogavante, menos duchas con agua caliente, menos viajes a oriente. Estado de austeridad, en general: él ya no se da largos baños de agua carbonatada mientras come beluga al compás de los lieder interpretados por tres moravas medio desnudas; usted ya no vive en un piso de sesenta metros con su pareja y su descendencia, sino en casa de su suegra. La austeridad llega para todo el mundo. Austeridad democrática. Democracia, ¿no era eso lo que pedíamos, lo que defendemos?

Democracia como la que utiliza el concejal Richart para hacer lo que le viene en gana, decretazo taurino por ejemplo, a costa del ochenta o noventa y tantos por ciento de población que no le votó. Democracia que permite a la concejala Celia Lledó adueñarse de una desgracia fatal con el único fin de utilizarla como mecha para hacer “oposición”. Democracia como la que prepara la Ordenanza Reguladora para locales de fiesta y juveniles encabezada por el concejal Carlos Beltrán. Democracia del cuatro disfrutan y dos se joden. Democracia de la de un día cada cuatro años y Democracia de no sabéis una mierda y aguantad con lo que os demos. Democracia religiosa y económica. Democracia tan global que ni el mismo Tucídices reconocería. Democracia tan pervertida y depravada que bien os la podríais meter por el ojaldre.

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