Vida de perros

Basura. ¿Conciencia o inspiración divina?

¡Bufff! Llego a casa después de una larga jornada y encuentro un hueco de aparcamiento justo en la esquina. Ya he dejado el coche en la calle de abajo –así no tengo que dar un rodeo de tres manzanas para ir mañana al trabajo– de modo que no me resulta ventajoso. Lo que sí me llama la atención es la montaña de colillas que se descubre en ese espacio desocupado; porque indica que alguien ha tenido la desfachatez, la falta de conciencia y de respeto, para vaciar el cenicero de su coche en la calle. No me engaño, posiblemente también lo haga en su casa, o en su puesto de trabajo. Porque, como digo, no se trata de hábito, sino de falta de vergüenza, conciencia y respeto.
La misma carencia que manifiestan ciertos grupos domingueros, personal laboral y demás, al dejar bolsas, latas y otros residuos de lo más insospechado, en nuestros montes y campos. Un problema de conciencia en primer término, de educación por supuesto, que es demasiado patente en la edad adulta pero que en la infancia y juventud no se aprecia mitigado gracias a nuestro sistema educativo: familiar, escolar y político (en cuanto a campañas, facilidades y amonestaciones –que no sanciones–). De hecho llama la atención que este portentoso invento destinado a quitar chicles pegados en los adoquines no haya sido capaz de dejar libre de chicles por ejemplo el tramo de la Avenida de la Constitución que linda uno de los centros educativos más céntricos… Aunque la pregunta es: ¿Quién le ha dicho a ese niño que puede tirar el chicle al suelo después de agotarlo? ¿Quién ha dejado de llamar la atención a esa niña que escupe su chicle al suelo?

Porque una cosa es que sigamos separando nuestras basuras pese al rumor de que una vez llegadas al sitio se vuelven a mezclar; una cosa es que tengamos que adivinar el uso del nuevo contenedor marrón destinado a basura orgánica; una cosa es que los contenedores de reciclaje no se vacíen hasta llegar al 105% de almacenamiento, o que los camiones vengan a recogerlos a quince minutos de abrir las puertas de los colegios por la mañana; y otra cosa es que usted no le haya dicho a su hija, a su sobrino, a la prima de su hijo, al nieto de la vecina, que se guarde el papel en el bolsillo hasta que encuentre una papelera. O que le haya llamado la atención a su amigo sobre la diferencia entre un cenicero y un alcorque.

Y parece mentira que en una ciudad como Villena, tan asediada por basuras propias y extrañas, tan “olorosa”, no exista una extremada pulcritud en cuanto a su aportación de deshechos en la vía pública. Parece mentira también que ocurra cuando hay una clara apuesta por el turismo cuyos frutos se observan a simple vista. Puede que confiemos en que nuestra actitud cambie mediante una inspiración divina. Es lo único que se me ocurre viendo la influencia que por nuestra parte inspiramos en el comportamiento de nuestras pequeñas y pequeños en su trato diario con sus desperdicios.

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