Apaga y vámonos

Borregos

Al fin llegó el gran día. Anoche, en un acto que no puedo saber cómo estuvo puesto que escribo estas líneas días antes, pero que, por lo que me han contado durante su preparación, tuvo que ser divertido y gamberro, vio la luz el libro “Día 4 que me fuera. Aventuras y desventuras de un villenero universal”, de mi vecino y sin embargo amigo Andrés Ferrándiz Domene, a quien Dios guarde muchos años.
El libro, divertidísimo de principio a fin, presenta no obstante un mensaje crítico a nada que se rasque un poquito en cualquiera de sus capítulos. Y de manera más concreta, hoy quiero hablarles de uno que me viene que ni pintado: Titulado “El gran torzón”, en él se denuncia –con mucha guasa y cachondeo, faltaría más– la falta de educación de muchos villeneros y villeneras, incapaces de comportarse como personas civilizadas en el momento en que en cualquier evento se ofrece lo que sea gratis: y lo mismo me da que hablemos de comida o detallitos de regalo y propaganda. Seguro que algún paisano sería capaz de llevarse a su casa una enorme bandeja llena de mierda en caso de que no hubiera que pagar.

Viene esto al caso porque, el pasado viernes, tuve la suerte (o la desgracia) de asistir a la inauguración de la galería comercial La Pirámide. Todo transcurría a la perfección: las autoridades (alcaldesa, miembros de la Corporación, regidora, etc.) cortaron la cinta acompañadas por miembros de Redeval 2002 (la empresa promotora) y propietarios de los establecimientos comerciales. Después, la comitiva fue recorriendo la galería y deteniéndose en todos los locales para departir brevemente con los empresarios, admirar las nuevas instalaciones y desearles suerte en esta andadura, y estaba previsto que, al finalizar el recorrido, se pudiera disfrutar de un pequeño ágape para poner la guinda a una jornada muy esperada por decenas de personas, que han depositado sus esperanzas en estos nuevos proyectos comerciales.

El problema, estimada señora, es que, quizá por evitar la formación de aglomeraciones en la puerta, se permitió la entrada al público en general antes de que el acto oficial de inauguración hubiera llegado a su fin… y entonces fue el acabose: Una auténtica riada de personas invadió la galería arramblando con todo a su paso, como una marabunta de muertos de hambre y pordioseros que llevaran días o semanas sin comer y jamás hubieran visto un escaparate o a un camarero sirviendo canapés.

Huí como pude navegando contracorriente, pero aún me quedó tiempo para darme cuenta de que, en la famélica manifestación, lo mismo había adolescentes semianalfabetos de los de chándal caro, piercings y cadena de oro así de gorda que parejitas de ancianos venerables que aprovechando que el Pisuerga pasa por la Avenida de la Constitución se habían hecho a la idea de cenar gratis, aunque para ello hubiera que matarse a codazos y empujones como si del almuerzo del Ecuador se tratara.

Tras conseguir alcanzar la calle, aún tuve valor para volver la vista atrás y pensar en la cantidad de razón que tiene Andrés Ferrándiz Domene, capaz de retratar como nadie la realidad de una ciudad entre cuyos vecinos se encuentran, a la vuelta de cualquier esquina, personas de todo tipo y condición con un nexo de unión lamentable: su falta de educación y modales, su nulo respeto por los demás y su comportamiento borreguil, que me hizo sentir un ataque agudo de vergüenza ajena como en pocas ocasiones lo había vivido con anterioridad.

Enhorabuena y suerte a los comerciantes de La Pirámide. Y feliz Navidad a los, cada día menos, villeneros y villeneras “normales”.

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