El Diván de Juan José Torres

De prohibiciones y de toros

Bien se sabe ya que el Gobierno de Cataluña va a prohibir, desde enero, las corridas de toros en esa, todavía, comunidad española. También es conocido que para cuestión de gustos no hay nada escrito y que cada cual haría la alineación de gala de su equipo favorito. Pero a los que hemos defendido la democracia y por lo tanto las libertades, individuales y colectivas, nos resulta chocante el veto a cualquier actividad que promueva la empresa privada y que, como en este caso, tiene numerosos adeptos, sin entrar a valorar sus orígenes ancestrales, su arraigada tradición y todo lo festivo que adorna a esta Fiesta Nacional.
No crean ustedes que soy amante de lo taurino. Soy sólo un defensor de libertades, que es lo mismo que elegir opciones. Ni me gusta la Fiesta Nacional, ni sus músicas, ni los toros sangrientos y agonizantes. Si a algo me recuerda es a las luchas de los gladiadores, en igualdad de condiciones frente a frente y donde el luchador derribado, asumido su final destino, ofrecía al vencedor la yugular para que el desenlace fuese rápido. El morbo de la sangre derramada, el sobresalto por una cogida, el valiente arte o la insensatez del torero resulta, al igual que hace siglos, el atractivo de las corridas de toros.

Si el público supiese de antemano que se va a aburrir en la plaza no asistiría; sin embargo la desazón, el suspense, el misterio, la buena faena, la herida o la muerte penden siempre de un hilo, de un mal paso, un descuido o un tropezón. Ahí reposa el interés, en la duda. Tampoco soy partidario del sufrimiento del ejemplar vacuno, pero la otra parte argumentará que los matarifes provocan muertes espantosas a los cochinos, que las vacas no expiran con una plácida eutanasia, que a las gallinas siempre se les cortó el cuello, que a los conejos se les reventó el cráneo y que los peces agonizan sin oxígeno mientras les mata el anzuelo.

No obstante, los animales nos proporcionan alimentos, como los vegetales, los cereales, las frutas o los lácteos. Luego que cada cual elija su dieta preferida y su menú. Pero retomando la prohibición y los toros sería absurdo prohibir un sex-shop, un prostíbulo dado de alta o una sala X en un hotel de lujo. Cada cual tiene sus costumbres y es siempre dueño de su ocio, de escoger entre las ofertas y las demandas de una sociedad de consumo y de hacer de sus horas libres y festivas lo que le dé la gana. Eso es ejercer la libertad. Decidir cada uno lo que hacer con sus asuntos, sus opciones y su propia vida.

Otra cosa distinta es quién asume los gastos de una corrida. Si me parece una involución la prohibición, me resulta más sensato que se supriman las subvenciones desde las arcas públicas. Siendo una opción acudir a una corrida de toros, que corra a cuenta de los aficionados la solvencia financiera de la misma; y que asuma la empresa organizadora los mismos riesgos que pueda soportar el ganadero. Y quien desee acudir a una carrera de galgos en un canódromo que se implique de su bolsillo y gane o pierda en sus apuestas, pero sin dinero público.

Y respecto a nuestra plaza, me sigue pareciendo una ruina. La de Xátiva, que fue nuestro modelo, costó un dineral y se utiliza escasamente, siendo su mantenimiento un suplicio. Más valiera que el elevado coste de estas piedras venerables se hubiera invertido en el Museo de la Ciudad en la Electro-Harinera, se hubiese acondicionado el Paraje de las Cruces para el disfrute, se hubiese prolongado el Vial de la Losilla hasta la calle San Sebastián o se hubiese retomado el Puente 2000, que está visto que es más viable que el imposible soterramiento.

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