Al Reselico

El caballero del vídeo roto

Uno de esos venerables villeneros de toda la vida: curtido, trabajador, con boina, garrote y "charraícas" del Paseo

Villena. Primeras horas de la mañana. Llevo ya un rato revisando expedientes y decido hacer un descanso en mi jornada laboral. Pongo el contestador, cierro el despacho y antes de entrar a la cafetería voy a la tienda de electrodomésticos que me pilla justo al lado. Quiero preguntar una cosilla sobre mi cámara de fotos. Nada, un segundito. O eso pretendía tardar.

Reconozco que me gustan mucho las tiendas de toda la vida, aunque estén reformadas, como ésta de electrodomésticos. Las tiendas de comercio local. Esas en las que entras y los dependientes saben quiénes son tus padres, los motes de tu familia, en qué comparsa sales en Fiestas y, si te descuidas, hasta lo que quieres comprar antes de que se lo digas. Las prefiero a las de las grandes superficies. Más cercanía, más relación, más “de casa”. Es verdad que a veces les cuesta competir en precios y en servicios, pero también es verdad que lo compensan de sobra con otras virtudes. Y, sino, díganme si la escena que presencié esa mañana podrían haberla visto comprando por Amazon o en un Mediamarkt.

Entro a la tienda y no hay apenas gente. Algunos clientes al fondo, en la sección de móviles o imprimiendo fotos en las maquinitas digitales. Bien, me digo a mí mismo. En un minuto estoy tomándome mi café con leche, mi tostada y mi zumo de naranja. Solo hay un hombre en el mostrador, delante de mí. Acaba de llegar, lo he visto entrar por la puerta segundos antes de hacerlo yo. Es una persona mayor. Los setenta ya no los cumple. Uno de esos venerables villeneros de toda la vida: curtido, trabajador, con boina, garrote y charraícas del Paseo. Tiene el aire clásico de abuelito que no se entera mucho de movidas tecnológicas. Así que me mosqueo un poco. A ver si no va a ser un minuto.

Uno de esos venerables villeneros de toda la vida: curtido, trabajador, con boina, garrote y charraícas del Paseo

–No me va er vídeo, no graba –dice el señor.

Conozco bien al vendedor que está frente al hombre mayor. Yo había entrado directo para hablar con él. Amigo de mis padres de toda la vida. Paciencia infinita, verborrea antológica y un profesional en lo suyo como la copa de un pino. Diestro y capacitado. Un experto en electrodomésticos que le vendería un frigorífico a un esquimal, le ofrecería un aparato de aire acondicionado y, de regalo, le colocaría una cubitera. Porque además de ser un hacha en su trabajo es un cachondo mental.

–¿Ha traído usted el aparato, señor? –responde educado el vendedor.

–No abía que uviera que traerlo.

Habla el abuelo con la serenidad de quien dice la verdad. El vendedor lo mira tranquilo, habituado, mientras respira hondo y apoya la mano en el mostrador. Por un momento pienso en marcharme, aquello pintaba para largo. Menos mal que no lo hice.

–Tendrá usted que traerme el vídeo, señor. Si no, es difícil que le pueda decir por qué no graba.

–Eg que lo pongo, apaece un puntico rojo, uego ya no apaece, y cuando prueba mi señora si paece funciona. Y me lleva frito. A mí no me va er video. No puedo grabarle la Acacias 42 esas y así no hay quien vea los deporte o dé una cabezá tranquilo. Toi apañao.

Entra otro cliente, que se pone detrás de mí. El vendedor se resigna a lo inevitable y empieza a explicarle al señor que, sin aparato, es imposible que le diga cuál es el problema que tiene el vídeo. Y el abuelo, cabezón como él solo, vuelve a explicarle una y otra y otra y otra y otra vez que primero hay una luz roja, que luego ya no y que su mujer quiere tener grabada su telenovela. Que él necesita dormir la siesta en paz y que es cuestión de vida o muerte. Los dos nuevos clientes que se han unido al espectáculo y yo mismo, cada vez que el señor explica de nuevo su problema (y ya lleva como 7 u 8 veces), tenemos menos claro que sea el video lo que no funciona. A saber si está intentando grabar Acacias con un pen-drive.

El vendedor, que ya no sabe por dónde salir, hace varios intentos, elegantes y calmados, por intentar acabar con aquel bucle infinito de punticos rojos. Entre otras cosas le propone, con toda formalidad, que le acerque el vídeo y esa misma mañana se lo mira. Pero el señor mayor nada. Erre que erre. Que le diga cómo puede arreglar la luz roja y el vídeo que no graba. Los cuatro clientes, que ya llevamos un buen rato esperando, hace tiempo que estamos disfrutando, entretenidos con lo maravilloso de la escena. El abuelete, terco, insiste:

–¿Ara a mi casica andando y olver a venir? Recoña que no.

A la undécima negativa del señor mayor a marcharse de allí sin una solución, el vendedor se queda pensando. Luego le pregunta dónde vive, y el buen hombre se lo dice. Por la Constancia, calle León Felipe, número tal. Durante unos instantes eternos, el vendedor se queda callado, reflexivo, cavilando.

–¿Y si le acercamos hasta la puerta de su casa?

–¿Ande?

Entonces, el vendedor de electrodomésticos, entre desesperado y guasón, llama a un compañero suyo que tenía que hacer algún reparto o alguna entrega. Y un minuto más tarde todos juntos, clientes y empleados, nos unimos en un aliviado y divertido aplauso cuando vemos, a través del escaparate, cómo se monta en la furgoneta de la tienda, muy digno y erguido, un villenero tenaz, perseverante e ilustre. Noble y leal hidalgo de la siesta vespertina. El único e inigualable caballero del vídeo roto.

Un villenero, tenaz, perseverante e ilustre. Noble y leal hidalgo de la siesta vespertina

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