El Diván de Juan José Torres

El Cardenal y los homosexuales

Fernando Sebastián Aguilar, el nuevo cardenal designado por las altas esferas eclesiásticas y anterior obispo emérito de Pamplona y Tudela, se ha lucido en sus manifestaciones respecto a los homosexuales. El cardenal afirma que “señalar a un homosexual una deficiencia no es ninguna ofensa, sino una ayuda, pues puede recuperarse con tratamiento adecuado”. Una vez más, y no sé cuántas van ya, altos cargos de la Iglesia se erigen en salvadores de no sé qué, de las almas o de los espíritus de la sociedad en general, cuando esta España se confiesa aconfesional, constitucionalmente hablando, y una gran mayoría de los católicos no son practicantes. Sus presuntas lecciones de moralidad deberían cambiar de discurso.
Que existan homosexuales que hagan patria de sus inclinaciones y las exhiban con orgullo no me parece bien, al igual que me parecería una estupidez que los heterosexuales nos manifestáramos para reivindicar públicamente nuestras predilecciones parentales. Ahora bien, si alguien piensa que la heterosexualidad es una virtud y la homosexualidad un defecto se equivoca, cometiendo un error. Simplemente la diferencia puede estar en las estadísticas, existiendo más población entre los primeros que entre los últimos, y las mayorías establecen la norma o lo que entendemos por normalidad.

Pero creer que las minorías sexuales no merecen respeto porque son minoría sí que es ofensivo. Los nórdicos suelen ser altos, rubios, de tez pálida y ojos azules. Imagínense que aquellos que fueran bajitos, morenos y peludos tuvieran que hacer terapia de grupo para reconducirles su anomalía genética, simplemente por no ajustarse al prototipo general de la población. Si esto es impensable no entiendo cómo la Iglesia se empecina en ver como algo raro lo que la naturaleza ha hecho así, pues al igual que hay mujeres hombrunas hay también hombres afeminados, dependiendo de la proporción de hormonas masculinas o femeninas que tengamos cada cual y nadie debe preocuparse de lo que cada uno sea o deje de ser.

Me molesta que cardenales, obispos y voces oficiales de la iglesia se entretengan en ver rarezas en aquello que es normal y, hasta si me apuran, creó el mismo Dios al que tanto invocan en vano. Si quisiera ser ofensivo podría decir también que muchas de las fisonomías físicas de cardenales, obispos y arzobispos me parecen amariconadas, con generosas papadas, voces angelicales y miradas revoltosas, más no se me ocurre hacer sorna de mis propias conclusiones. Déjense por tanto de juicios sumarísimos respecto a personas que no comulgan con ustedes y olvídense de esas ovejas, para ustedes descarriadas, que no hacen daño a nadie y quieren vivir en paz, sin señalamientos, sin sermones y sin valoraciones.

Llamen la atención a la Troika, a los bancos, a los avariciosos monopolios que cotizan en Bolsa y que crearon la crisis. Persónense en las puertas de los desahucios, en las fincas de señoritos que utilizan sus campos para la caza y no para cultivar alimentos, en las colas de las Oficinas de Empleo, en las casas donde no entra un euro. Hay más problemas que resolver que la reeducación de homosexuales, más cuando las preferencias a la hora de elegir parejas son voluntarias, nunca obligatorias. Por eso mismo si ustedes, cardenales y obispos, no quieren casarse, me parece muy bien; que no desean mantener relaciones con hombre alguno, también. Pero dejen a los demás vivir en paz.

Que en demasiadas ocasiones son ustedes puro tormento.

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